
EL MINOTAURO EN SU LABERINTO
Jorge Luis Borges por Waldemar Verdugo Fuentes.
viernes, 21 de marzo de 2014
EN VOZ DE BORGES por Waldemar Verdugo Fuentes (fragmento)

miércoles, 14 de marzo de 2012
EN VOZ DE BORGES.

EN VOZ DE BORGES: TERCERA EDAD
Waldemar Verdugo Fuentes

-¿Jugó Usted alguna vez ajedrez?
-Alguna vez. ¿No le parece a usted la vida
demasiado corta como para jugar ajedrez?
-¿A usted no le molesta hablar de su vida
privada?
-Por supuesto que no. Los detalles íntimos
siempre interesan a los lectores, aunque no sean verdad.
-¿Ha leído a Reichfsneider?
-No lo he leído, pero tengo idea que se
parece a Reichstrapovich a quien tampoco he leído.
-¿Hay algo que valga más que una buena
poesía?
-Una buena mujer. También un buen vaso de
vino.
-De este desastre no podemos sacar ningún
buen partido.
-Estamos de acuerdo: no lo podemos
justificar desde el punto de vista moral, ahora intentémoslo estéticamente y
veamos si en este sentido podemos hacer algo.
-Si se apareciera ahora la mujer de sus
sueños y le preguntara qué le ofrece a ella para quedarse a su lado, ¿qué
respondería?
-Bueno, a mi edad le ofrecería la plena
seguridad de tener conmigo un amor para toda la vida.
-¿Qué le cansa?
-Borges me cansa, pero no tengo otro destino
posible.

Muy de mañana, al nuevo día, llamé para
despedirme. Y ya nunca más lo volví a ver. Pero nunca dejé de escribir de él
hasta que se devolvió a la distancia. Quedan revoloteando sus palabras como un
monólogo posible de un minotauro, sus palabras para quien desee escuchar; más
allá de esta trascripción donde habla él y quien se deja ser el otro, es el minotauro
que habla desde el centro del laberinto donde había llegado Borges, él mismo.
Dijo: Uno es humano hasta donde esto es
posible. Por eso me agrada hablar sin
interrupciones y cuando me hice viejo comencé a hacerlo públicamente. A todos
los hombres ancianos nos gusta hablar sin que nos interrumpan... es tan corto
ya nuestro tiempo...
Pienso que el género ideal para la
entrevista es el monólogo, con lo cual ya no es una entrevista, y al mismo
tiempo no deja de ser un cuestionamiento. Ese sentido de intimidad viene de la
época romántica, puesto que los monólogos largos e íntimos son una literatura
relativamente moderna. Los primeros poetas no practican jamás el hablar de
ellos mismos, sino que siempre están refiriéndose a emociones de grupo. El
movimiento romántico surge cerca de finales del siglo XVIII, y no hay duda que
nace como una exaltación del individuo; es lo único que no termina de
convencerme, porque ¿a quién puede interesarle lo que pueda decir Borges? Pero sigamos, quizás sólo sea una superstición mía. Para un hombre de
mi edad, que está bastante abandonado, es un placer poder hablar. Por eso he
aceptado su trabajo, para que nos entretengamos, y porque el monólogo, a pesar
de no ser frecuente, es vigente, y no hay duda de que necesita ser autobiográfico.
Y ¿quién es Borges para negarse a hacer confidencias? Un monólogo es como una
persona sola enfrentándose al mundo, ¿no le parece? En todo caso, yo me siento
bastante mas solo de lo que quisiera; aunque jamás estoy aburrido, siempre, en
todo momento el otro Borges me tiene desafiado, como con una espada de Damocles
meciéndose sobre mi cabeza, ¿es posible, viviendo así, aburrirse alguna vez?.
Trabajo todo el tiempo, aunque no sé para qué trabajo. Soy como una hormiga que
ha encontrado algo que nunca antes vio en su vida. Hay un cuento que se llama
La hormiguita caminadora, y se lo contaré.
Resulta que una hormiga caminaba cierto día
por una hoja de papel, cuando vio -de pronto- una pluma que escribía en negros
y finos trazos. Y vea lo que sucedió:
-¡Qué maravilla! -exclamó-. Que cosa tan
notable y con vida propia que crea mundos en esta bella superficie blanca.
Puede equipararse a los esfuerzos conjuntos de todas las hormigas del mundo. Y
¡qué cosa crea, parecen hormigas, no una, sino millones que actuasen juntas!
Le relató su idea a otra hormiga, la cual
estuvo igualmente interesada. Alabó los poderes de observación y reflexión de
la primera, pero otra hormiga dijo:
-Siguiendo tus movimientos, debo admitirlo,
he observado ese extraño
objeto. Pero he llegado a la
conclusión de que no es él quien impulsa su trabajo. Has cometido el error de
no observar que ese objeto está unido a otros objetos que lo rodean y conducen.
Esos y no otros deben ser considerados como el origen de su movimiento, y hay
que acreditárselo.
De este modo las hormigas descubrieron los
dedos. Pasado bastante tiempo, otra hormiga caminó sobre los dedos y se dio
cuenta que formaban parte de una mano, que exploró total y minuciosamente, al
estilo de las hormigas, trepando por todas partes y escudriñando todo. Fue
donde sus compañeras y gritó:
-Hormigas, tengo noticias de importancia
para ustedes. Esos pequeños objetos forman parte de otro mucho mayor. Y ese es
el que verdaderamente lo mueve todo.
Pero luego descubrieron que la mano estaba
unida a un brazo, y el brazo a un cuerpo, y que no existían una, sino dos
manos, y que existían dos pies que no escribían. Y prosiguieron las
investigaciones. Las hormigas llegaron así a tener una idea adecuada de la
mecánica de la escritura. Pero carecían del sentido e intención de la
escritura, y esto no lo pudieron descubrir nunca: no por falta, entonces, de
intención y esfuerzo, sino simplemente porque no saben leer.
Ese era el cuento de la hormiguita
caminadora. A mí me caen bien las hormigas, me identifico con ellas en el
sentido que también he trabajado toda mi vida. Me parece que no hay un solo día
en mi vida en que no haya trabajado algo, así sea solo recreando en mi memoria
unas líneas a la espera de alguien que tome mi dictado. Pero soy humano, no soy
una hormiga. Yo soy humano hasta donde esto es posible. Por eso me agrada
hablar sin interrupciones y cuando me hice viejo comencé a hacerlo
públicamente. A todos los hombres ancianos nos gusta hablar sin que nos interrumpan...es
tan corto ya nuestro tiempo. Mi madre, a los 98 años decía que se le había ido
la mano, y cada noche se despedía de mí como si hubiera de amanecer muerta. ¿La
recuerda usted?
La Biblia recomienda vivir setenta años. Yo
tengo más de lo recomendado y cada día me pregunto ¿por qué sigo vivo? Pero lo
peor que puede sucedernos está más relacionado con el amor que con el tiempo y
la muerte. Lo peor es querer y no ser querido. Porque yo digo, a quien desee
oírme, que a esta edad aún se puede estar enamorado. Es tarde para los demás,
pero nunca es tarde para uno... el hombre nace y muere con su capacidad de amar
intacta, siempre podemos amar como a los quince años. En lo personal, nunca
tuve las cosas claras en asuntos del amor. Nací ignorante al respecto. Durante
toda mi infancia, pensé que ser querido era una forma de injusticia. No creí
merecer ninguna especie de cariño. Mis cumpleaños me llenaban de incomodidades
porque todos acumulaban regalos sobre mí, que yo creía absolutamente
injustificados. En ese tiempo me hubiera gustado, como ahora, haber sido
invisible. Cuando era niño, me demoraba en el jardín zoológico mirando el
tigre. Y luego, en las enciclopedias buscaba siempre su imagen para ver cómo
estaba representado; llegué a juzgar un diccionario solamente por las
ilustraciones de sus tigres. De niño tuve temores y pesadillas que aún me
obsesionan: me veía perdido en lugares que finalmente resultaban laberintos...
Soñé que el laberinto es un símbolo de estar
perplejo, de estar perdido en la carrera de la existencia. Así estoy, como un
minotauro perplejo pues se ha perdido en su propio laberinto. La vida que he
vivido ha sido continuamente una vida de asombro ante las cosas y los hechos.
Ahora mismo estoy asombrado de poder hablar, de vivir, y creo que el símbolo
más evidente para explicar este asombro es el laberinto. Es cierto que, si bien
la idea de perderse no es una idea que nos parezca rara, sí es raro un edificio
construido sólo con el propósito de que la gente se pierda. Aunque la idea quizás
haya surgido de los túneles construidos en las minas, no deja por ello de ser
extravagante creer en un constructor de laberintos, en un Dédalo, o si se
quiere literariamente, en un Joyce. He tenido muy clara y muy cercana la idea
del laberinto; en mis cuentos hay muchas clases de ellos.
En El jardín de senderos que se bifurcan
hablo de un laberinto perdido. Esta idea de un laberinto perdido está llena de
componentes mágicos, porque si es un laberinto un lugar en el cual uno se
pierde, la idea es la de un lugar perdido en el cual uno se pierde. Extraviarse
en un lugar perdido es doblemente asombroso. Sin embargo, creo que en el
símbolo del laberinto hay una especie de esperanza, porque si nos diéramos
cuenta de que este mundo es laberíntico, nos sentiríamos seguros, porque es
entonces posible que tenga un centro, aunque en ese centro se encuentre el
minotauro. Pero no sabemos si el Universo tiene un centro, y por lo mismo,
quizás no sea un laberinto sino un mísero caos, y en ese caso estamos perdidos.
Pero puede haber un centro secreto en el mundo o para el mundo, centro que
puede ser divino o demoníaco, pero un centro que nos diría que estamos salvados
porque existe una arquitectura dentro de
todo, por eso no creo peligroso descubrir que vivimos dentro de un laberinto,
porque ello implica una construcción coherente.
Felizmente hay algunos hechos que nos
inducen a creer que existen ciertas coherencias dentro del mundo, como el
verano, el invierno, el otoño y la primavera, las rotaciones astrales, las
edades del hombre, la aurora, el mediodía y el ocaso, los dos crepúsculos, la
puesta del sol, la salida de la luna... cosas que nos inducen a pensar que hay
cierto orden en la naturaleza, un orden oculto; y de no pensar así debemos
creer que no existe una razón, que el Universo es inexplicable. Sería lo más
terrible que podríamos saber. Por eso creo que si bien es cierto que la idea de
un laberinto implica temor, no es menos cierto que nos ofrece una esperanza,
pues si hay un plano, hay también un arquitecto.
Es cierto que pensar en la idea de un
arquitecto universal no es tan descabellado, especialmente, si pensamos en las
cuatro edades del hombre en que regularmente todos somos niños, jóvenes,
adultos y ancianos. Yo de niño me recuerdo vigilando con inquietud un ropero
gigantesco que había en mi cuarto, y que tenía tres cuerpos de espejos. Era muy
misterioso el verme reflejado en tres espejos simultáneamente, y como la cama
era de caoba muy brillante, era en verdad otro espejo que se sumaba al desconcierto
de mi mente infantil. Me aterrorizaba ante la posibilidad de que uno de los
reflejos se moviera independientemente de mí, y eso me llevaba a cerrar mis
ojos, a abrirlos tímidamente como tratando de sorprender mi imagen en el espejo
en algún movimiento que yo no había hecho. Era algo espantoso. La ceguera me
liberó de la persecución de los espejos, pero lo hizo gradualmente, pues cuando
empecé con mis afecciones a los ojos viví la experiencia de la dualidad, veía
las cosas dobles, como si fueran ellas mismas y sus fantasmas. Es muy molesto
eso de ver una luna y al lado una luna idéntica a la que uno está viendo... mi
obra literaria ha sido la catarsis de estas terribles experiencias, pues el
recurrir a ellas en mis escritos fue como olvidarlas de manera definitiva, como
una liberación. O sea que esos temores que tuve de niño afortunadamente ya no
existen, aunque íntimamente soy el mismo de antes, el mismo chico de entonces,
el mismo desde hace cuarenta, cincuenta y más años atrás. Apenas si he aprendido
algunas destrezas, aunque no logré ser más bueno, más feliz y cometer menos
errores en mi trabajo de escritor. Nunca logré dominar la capacidad del olvido.
Hay tantas cosas que desearía poder olvidar. Por ejemplo, esta postración en
que me ha dejado una reciente intervención quirúrgica... jamás tampoco superaré
la muerte de mi madre; yo no sé si es la realidad más atroz que me ha tocado
vivir; usted, que la conoció, ¿pensó que ella iba a morir? Es cierto que cada
noche ella lo anunciaba, pero yo nunca lo creí imaginable. Todavía me siento un
poco incrédulo, me parece extraordinario que haya desaparecido la persona que
fue la parte más importante de mi vida... y seguir vivo. Si bien es cierto que
se ha dicho -y Wordsworth es uno de los que lo ha dicho- que el momento ideal
para crear un poema es cuando la emoción ha fenecido; yo no hice uso de ese
tiempo propicio, y bajo toda la fuerza del golpe que acababa de recibir,
escribo:
He cometido el peor de los
pecados
que un hombre puede cometer.
No he sido feliz. Que los
glaciares del olvidoque un hombre puede cometer.
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz.
Cumplida no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.
Naturalmente es un poema autobiográfico
porque habla del remordimiento. Hoy al levantarme estuve hablando con Fanny
quien me sirve, de esto, le dije:
-Si usted entrara al dormitorio de mi madre
y se encontrara con ella, ¿sentiría miedo?
-Yo no -me respondió-. Yo no le tenía miedo
a la señora cuando vivía, ¿por qué había de temerle ahora que está muerta?
Luego de esto, me pregunté: ¿Por qué es tan
raro que una persona muera? Acaso ¿no es raro que una persona viva? Claro que,
ahora, para mí la muerte es una esperanza, no un temor. Yo ansío no proseguir
en otro mundo, quiero morir completo. Ahora solo tengo miedo a la inmortalidad
del alma. Ese es mi único miedo: sería horrible seguir siendo, y sobre todo
seguir siendo Borges. Estoy harto de
él. Es muy curioso que la gente sienta
tal incógnita ante la muerte. Yo quisiera que a mí me llegase sin agonía. En
griego, "agonía" quiere decir "lucha". Me gustaría que
llegara mientras estoy conversando agradablemente con un amigo, sin que siquiera
fuera interrumpido, sino súbitamente borrado por la muerte. Por supuesto que si
yo ahora hablo de la muerte, no quiere decir, en absoluto, que siempre ande
queriéndome morir; sólo es que hay momentos en que uno quiere desaparecer.
Cierta vez que visitaba a Macedonio Fernández en una de las pensiones en que él
solía vivir, ambos éramos sostenidamente molestados por un vecino que tocaba
música. A tal extremo habían llegado las cosas que Macedonio me propuso que nos
suicidáramos para salvarnos de ese suplicio. Mucho tiempo después relaté esto a
un periodista, quien me preguntó con gran asombro:
-¿Y se suicidaron?
Yo le contesté: -Realmente, no recuerdo.
Bueno, el mundo es absurdo. No sabemos por
qué actuamos, no sabemos por qué vivimos, quizás algún día recibamos esa
misteriosa revelación, al menos eso es lo que espera la gente religiosa. Yo no.
Porque, si bien he escrito mucho sobre Dios, incluso una demostración casi
humorística de Dios, a fin de cuentas no sé si creo en una idea de Dios. Creo que
algo -que no somos nosotros- está detrás de las cosas, pero tengo miedo de
creer en Dios, porque casi siempre creemos en Dios más por autocompasión que
por otra cosa. Es muy vergonzoso que la lástima por nosotros mismos y por los
demás nos lleve a invocar a Dios; prefiero decir como Bernard Shaw que en vista
de las circunstancias he renunciado a las bondades del cielo.
Particularmente en cuanto a Jesucristo,
siempre he sentido una admiración muy grande por lo que él es. No me cabe duda
de que es el pilar de la historia del mundo y lo seguirá siendo inclusive más
allá, en el futuro. Pero siento que hay algo que le falta, o que le sobra, y
que no lo hace todo lo simpático que podría ser. A mi parecer, Sócrates es más
simpático, y Buda también. En Jesucristo hay algo como de político que no me
acaba de convencer. Hay momentos en que lo encuentro hasta demagógico; aquello
de que los últimos serán los primeros, ¿por qué? Me parece que es una
aseveración injusta. Aquella de que los pobres de espíritu heredarán la Tierra,
¿por qué? No lo entiendo, y menos entiendo aquella idea de que los ricos no
entrarán al reino de los cielos solamente porque en la Tierra ya recibieron su
recompensa. Si el reino de los cielos es eterno, ¿cómo puede compararse a unos
cuantos años aquí en la Tierra?
Yo creo que las cosas eternas no tienen
derecho a competir con lo temporal; por eso no acepto esa idea miserable de la
condenación eterna. Me parece increíble que existan dolores que se prolonguen
más allá de nuestra estancia aquí en la Tierra, que ya es dolorosa de por sí.
Mi abuela decía que su concepto de Jesucristo estaba relacionado íntimamente
con la belleza. Yo pregunto: ¿cómo Dios que se hace hombre y que está a favor
de los míseros y de los humildes, de los pobres de espíritu y de los
desheredados, va a concebirse como un ser bello? Sería una actitud injusta de
Dios, sería una acción racista entre las acciones de Dios. Por eso creo que
Jesucristo debió de haber sido francamente un hombre feo. Pero no me gusta
mucho hablar de Dios, puesto que es fácil herir susceptibilidades. Los
católicos son muy sensibles en cuanto a esto; mi madre fue católica, pero yo no
puedo serlo, aunque he admirado a
varios escritores católicos, como
Chesterton o León Bloy. Yo no tengo religión, sino la esperanza grandiosa de
morir eternamente, de morir en cuerpo y alma. Como mi padre, también quiero
desaparecer del todo de una vez; preferiría que luego de mi muerte nadie
recuerde siquiera mi existencia.
Siento horror de que alguien piense en
llamar con mi nombre alguna calle, porque no quiero ser una calle. Quiero que
Jorge Luis Borges sea olvidado. Me aterra la posibilidad de la inmortalidad:
todas mis esperanzas están cifradas en la mortalidad definitiva, en desaparecer
de una vez y para siempre. En morir y luego no saber nada más de nada: esa es
mi única esperanza. Entonces, yo no tengo religión y me reconforta poder
decirlo. Pero no significa que por ello no tengo una convicción personal acerca
del Universo, sino más bien que estoy convencido de que mi destino personal,
como individuo, no importa nada.
Recuerdo una obra de Shakespeare en la cual
se narra la historia de un cobarde que ha sido puesto en evidencia como
cobarde; como él tenía un alto grado del ejército, cuando es degradado, dice:
"ya no seré más un capitán, de modo que solamente lo que soy ahora será la
fuente que me hará vivir". Igualmente, eso que he sido no me interesa que
siga viviendo. Por eso recuerdo con afecto la idea del río Leteo de los
antiguos: las aguas del olvido que se beben para dejar de ser. De modo que
pienso al contrario de Unamuno, para el cual era de vital importancia seguir
siendo Miguel de Unamuno, aún después de la muerte. Yo no vivo en ese estado de
ansiedad, siempre en el temor de cómo o cuál será mi destino después de la
muerte. Creer así le da a uno cierta fuerza que la gente religiosa no tiene.
Realmente, me niego a creer que exista un
ser que sea Dios. A mí me parece que Dios es una invención de la literatura
fantástica, tal como el centauro y el Ave
Fénix. Por eso el problema de Dios para
Borges no es importante. Yo sé que todo lo que ocurre no es demasiado
importante puesto que no pasaré más allá de la muerte y entonces es lo mismo
que decida una u otra cosa. Me basta tener un sentido ético de la vida y ser
consecuente con dicho sentido.
Aunque, y es cierto, la idea de alguien
todopoderoso y omnidotado es mucho más apasionante que las más exquisitas
creaciones de la fantasía, creándose y recreándose historias que al final
siempre llegan a deducir que Dios es perfectamente inexplicable. Por eso
rechazo los credos estructurados en torno a la idea de Dios, que se estructuran
como si Dios fuese un hecho concreto y probado definitivamente. Cuando veo que
hay gente que piensa que Dios está preocupado de sus vidas, me parece una
inmoralidad, porque están evidenciando una existencia vulgar de Dios, a quien,
sinceramente, si existe, no creo que le interesen problemas menores como los
que a nosotros nos acechan. Así es que, aunque creyera en Dios, no me cabe duda
de que no tendría ningún interés específico en relacionarse conmigo.
Entre tanto, yo sigo milagrosamente vivo,
poblado de recuerdos y emociones. Hay momentos en que no sé dónde comienza el
recuerdo de alguna cosa o la confundo con la misma cosa descrita por un amigo o
un buen escritor... me he sentido confuso y desesperado, porque se mezclan a
veces tantas cosas en mi memoria. Pero me reconforta saber que me acerco cada
vez más a ese día en que se aclarará para mí la sombra del misterio mayor de
los hombres. Sé que debo morir y quisiera morir luego... estoy muy cansado. Así
es: mi único miedo es no morir entero, la eterna perdurabilidad. Por eso me he
obligado a creer en lo absoluto de la muerte; no sé hasta dónde me he
convencido, pero deseo creer que moriré totalmente. Esto es lo único absoluto
que me interesa... me pregunto, ¿es
posible que yo tenga que morir como mueren las rosas y como murió Aristóteles?.
En esto también hay algo de placer... aunque creo, sinceramente, que he vivido más
de lo que me correspondía, porque si bien es cierto, dije, que la Biblia pone
como límite de vida los setenta años, agrega sabiamente que los días
posteriores a ese plazo son de angustia y aflicción. Hay un poema interesante
que habla de esto, La sepultura; nada sabemos acerca de su autor, pero sabemos
que no es cristiano porque no ofrece el Cielo ni la Tierra ni el Infierno. Es
un poema medieval y no es la historia de un hombre que se dirige a otro. Se
trata de la voz del destino y dice:
Para ti
fue hecha la casa, antes de que nacieras.
Para ti
fue destinada la tierra antesde que salieras del vientre de tu madre.
No la hicieron aún. Su hondura se ignora,
no se sabe aún qué largo tendrá.
Ahora te llevo a tu lugar.
Ahora te mido a ti primero y a la tierra después.
Tu casa no es muy alta. Es humilde y baja.
Cuando yazgas ahí, las vallas serán bajas,
humildes las paredes.
La techumbre está cerca de tu pecho.
Habitarás entonces en el polvo y sentirás frío.
Toda tiniebla y toda sombra, se pudrirá la cueva.
Esta casa no tiene puerta y no hay luz adentro.
Ahí estás firmemente encarcelado
y la muerte tiene la llave.
Aborrecible es esa casa de tierra
y atroz morar en ella.
Ahí estarás y te partirán los gusanos.
Ahí estás acostado lejos de tus amigos.
Nadie irá a visitarte.
Nadie irá a preguntarte si esa casa te gusta.
Nadie abrirá la puerta.
Nadie bajará a ese lugar porque muy pronto
serás aborrecible a los ojos.
Tu cabeza será despojada de su cabello
y la hermosura de tu pelo se acabará.
En el Eclesiastés se dice que el hombre viaja más y más hacia su larga alborada de la muerte. Tal como en este poema, es posible que en mí haya un no-sentido de la vida. Ahora mi situación es bastante precaria y no puedo creer en la inmortalidad porque no la deseo; con mis años, ciego, solo, en un mundo convulsionado, indiscutiblemente hay en mí un no-sentido de la vida, que es el material con el que ahora escribo, porque, a pesar de mis miserias, siempre estoy inventando argumentos, escribiendo poemas en mi mente. Estoy constantemente trabajando, y, desde luego, la mayoría de mis proyectos no se realizan, pero continúo. Claro que si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores; no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más; sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos; de eso está hecha la vida: sólo de momentos. Me preguntaban hace poco una opinión póstuma, y dije que en mi estado cualquier opinión era póstuma, y agregué que lo más cuerdo sería arrepentirme de todo lo que escribió Borges, pero, al mismo tiempo, creo como Whitman que el que toque cada uno de mis libros, tocará a un hombre. El lector sabrá que cuando llegue la noche estaremos solos los dos. Para escribir nada más ha vivido Borges y para mí ha sido poco... a veces llego a pensar que la vida es demasiado pobre para no ser inmortal. Porque, evidentemente, nuestra vida es precaria. Cierto es que hay algo eterno en nosotros, es algo breve y efímero, momentos que no duran más que el instante de felicidad.
Creo que somos espectadores de nuestra vida
más que lo que podríamos ser actores o víctimas de la vida. No hay duda de que
si uno piensa un instante de tiempo, ese instante presupone otro, y así
sucesivamente. Los seguidores de Buda plantean que hemos vivido infinitas
existencias, y si Borges revisa rigurosamente esa idea, se da cuenta de que mis
ambiciones, mis logros, mi suerte, mi fortuna, todo lo que he sido y he tenido
depende del instante anterior, y ese instante anterior ha dependido de otro
anterior. Cada momento depende del momento que ha pasado, hasta retornar al
infinito, que no tiene por qué significar lo indeterminado, sino que, como los
budistas creen, hay un proceso de trasmigración permanente, donde uno ha
vivido un número indefinido
de vidas, donde ninguna ha sido
la primera. En cuanto a esto, los hindúes son muy desconcertantes, puesto que
no inician su cosmogonía con frases como "Dios creó al principio...",
sino que enseñan que la primera acción de Dios fue la destrucción de lo
existente, y así dan origen a una nueva creación. Una destrucción como paso
inicial, implica necesariamente una destrucción final que ha de dar origen a
otra creación, infinitas veces. En este aspecto, sobresale la humildad del
taoísmo acunado en la antigua China. Ellos confiesan no saber de dónde viene
Dios o Tao... Pero dicen que es el antepasado de todos los hombres. Lao Tsze
habla de un tiempo lineal, donde todas las cosas son únicas, cuando cada
instante es irrepetible. Para el taoísmo es lo más importante no perder el
tiempo, por eso son gentes muy trabajadoras. Yo raramente he perdido el tiempo,
a pesar de mis limitaciones de hombre ciego, he intentado justificar mis horas.
Siempre estoy jugando con el tiempo, pero no en el sentido travieso de la
palabra, sino en el sentido ansioso de la palabra. Sé que mi tiempo es corto y
no me importa. Pienso que no era necesario haber vivido para llegar a dónde he
llegado, si Borges es el mismo que recuerdo desde siempre, físicamente un
hombre joven porque es su última imagen que tengo detenida en el tiempo. El
tiempo para mi es ahora, único y definitivo. Yo he tratado, por supuesto, este
tema en mi obra; un poema al que llamé Cosmogonía dice:
Ni
tinieblas ni caos. La tiniebla
requiere
de los ojos que ven, como el sonido
y el silencio requieren el oído
y el espejo la forma que lo puebla.
Ni el espacio ni el tiempo. Ni siquiera
una divinidad que premedita
el silencio anterior a la primera
noche del tiempo, que será infinita.
El gran río de Heráclito el oscuro
su curso misterioso no ha emprendido.
Algo que ya padece. Algo que implora.
Después la historia universal. Ahora.
El tiempo fluye de un modo distinto cuando
uno ha perdido la vista. Antes, en un viaje en tren de treinta minutos, por
ejemplo, yo tenía que estar leyendo o haciendo algo, pues si no, me parecía un
viaje interminable. En cambio, ahora, ya que inevitablemente hay horas de
soledad en mi vida, porque no tengo de quien realmente ocuparme, ahora me he
acostumbrado a estar solo; antes, mis horarios dependían de los horarios de mi
madre, en ciertas horas yo debía estar inevitablemente en casa por ella, ahora
me he acostumbrado a estar solo y pienso en cualquier cosa; o simplemente no
pienso, me dejo vivir nomás... Dejo que el tiempo fluya, y me parece que fluye
de una manera que es distinta. No sé si con más rapidez, pero sí con una
especie de dulzura, con mucha más concentración. Ahora tengo más memoria que
antes. Quizás se deba al hecho de que antes, cuando yo aún leía algo, lo leía
de un modo superficial porque sabía que podía volver al libro. Con los ojos de
ella, durante mucho tiempo, también podía volver a algunos libros. En cambio
ahora, no le puedo pedir a cada persona que llegue que lea algo para mí, y si
le pido a usted o a otro amigo que lea para mí, no puedo estar exigiéndole eso
continuamente. Cuando me leen en voz alta, siento que escucho con más atención;
pienso que antes de quedar solo, antes de quedar ciego mi memoria era de índole
visual, y finalmente he llegado a aprender el arte de la memoria auditiva.
Desde el día en que se me borraron las letras, el tiempo que dura mientras alguien
lee para mí es único, es tiempo más concentrado, diría yo. Ahora juego con el
tiempo, estoy como ensayando o entreviendo posibilidades, aunque nadie ha
superado a Dante en cuanto a esto, porque en La Comedia logró mover a sus
personajes y a la vez los mantuvo fijos, eternos... quizás si la eternidad sólo
sea válida para un personaje de ficción. Por eso creo que si algo es infinito
es nuestra juventud, nuestra juventud es sin límites, como si realmente no
tuviera forma; un joven puede ser Julio Cesar y Virgilio o una nube, la
juventud tiene esa cualidad maravillosa de superar el tiempo.
Mi memoria permanece intacta. Yo creo que el
tiempo se da en la memoria, ciertamente, y sólo es posible como registro de lo
que el otro Borges recuerda. Por lo mismo que la serenidad pertenece al pasado;
el presente siempre es tembloroso y puede ser destruido en cualquier momento,
porque es frágil. El hombre está hecho de olvido, y dura menos que una melodía
que es tiempo. ¿Es necesario decir que no he escrito para distraerme del tiempo?
Borges escribe para distraerse del amor. Y creo que es verdad la sentencia de
Bernard Shaw, cuando decía que hay dos tragedias en el mundo: una es no obtener
lo que el corazón anhela, y la otra es obtenerlo.
Yo he amado, como todos los hombres, muchas
veces, y he sabido que a lo largo de la vida hay mujeres únicas, pero que no
son la misma. ¿Qué es lo que las hacía o las hace únicas? Ese es un misterio
que no sé. Porque me he dado cuenta que las mujeres que he amado, si bien son
únicas para mí, no creían así los demás, y por lo mismo no eran realmente
únicas, porque si existe una mujer francamente extraordinaria en el mundo, es
raro que sólo yo me haya dado cuenta de ello. Desde luego, lo más importante
para que una mujer me guste es la atracción física. Después, debe ser una
persona civilizada; uno no puede enamorarse de una mujer a la que encuentra
tonta, cruel o frívola. Se exigen además
ciertos valores como lealtad, inteligencia e ironía. Siempre me ha parecido una
arbitrariedad que la única carrera adecuada para una mujer sea el matrimonio.
¿Qué sucede si no se casa? Y cuando se casa inicia una carrera de sacrificios,
el hogar, los hijos... el matrimonio es un destino pobre para la mujer. Lo malo
es que se le ofrecen como ideales muchas cosas falsas, por ejemplo, se
publicita entre ellas la vida de la gente de mucho dinero como una especie de
cuento de hadas, lo que es falso, o la vida de las actrices como el
desideratum, lo que las aleja de la realidad. Creo, por sobre todo, que las
mujeres son mucho más agradables de lo que pueden ser los hombres, porque ellas
tienen una especie de embrujo y encantamiento en las cosas que dicen y en las
cosas que hacen. Los hombres somos más aburridos. Aunque no he visto a las
mujeres desde que quedé ciego, no me cabe duda que una mujer hermosa es capaz
de evidenciar su belleza incluso a un ciego, porque la belleza puede vencer
cualquier obstáculo. Por otra parte, no creo que esta característica mía de
conmoverme ante la presencia de una mujer sea muy singular, porque es una
cualidad de todos los hombres. Creo que el encanto puede ser erótico, aunque
para mí la posibilidad de imaginar una mujer sea un acto de fe, lo que es toda
una prueba, ¿no?
A mí me parece que tanto la guerra como una
mujer, ambas, sirven para medir el coraje de los hombres. El amor a veces
resulta, pero en mi vida creo que la mayoría de las veces ha sido un desastre.
Me ha herido mucho el desprecio y los abandonos, de un modo intenso y profundo,
pero ciertamente efímero: no podemos seguir amando a una persona que
evidentemente no nos ama. A lo más es posible llegar a admirarla, porque nos
permite darnos cuenta que no somos dignos de ser amados. Pienso en una mujer
que me enseñó lo que es abandonar y ser abandonado con los lugares comunes que
eran toda mi vida; trato de recordar por qué la dejé o por qué ella me dejó a
mí, y no puedo responderme con seguridad cuál de las dos cosas ocurrió.
El ser romántico es un modo de vivir la
vida, y así he vivido, igualmente desprotegido e indefenso ante el amor. Porque
uno ve a la otra persona, aunque no vea como en mi caso, como uno quiere que
esa persona sea: aunque esté ciego, creo en esa mujer porque me la imagino, y
si me deja, la toco francamente...
Sólo ahora que he llegado a la vejez lamento
no haber tenido hijos. Por no haber sido padre tengo que limitarme a visitas y
a un gato llamado Beppo, que es amigo de mis amigos, y puede ser agresivo con
alguno que nos inspira rechazo. Algunos gatos son bastante más inteligentes que
ciertas personas, y son muy instintivos. He notado que cuando usted viene por
casa, Beppo inmediatamente se integra a nosotros, y no suele ser cordial con
mis visitas. Hay quienes no hacen más que cruzar el umbral de mi puerta para
que Beppo se ponga de mal humor, y ande por ahí todo el tiempo maullando
enojado, hasta que la visita molesta se va. Yo a veces creo que pueden leer
algunos pensamientos nuestros. Descríbame usted, por favor, el color que tiene
el pelaje y los ojos de Beppo... Exactamente como yo lo veo, una manchita
amarilla que va y viene. Parece que estéticamente los gatos son perfectos, ¿no?
Eso de que el perro es el mejor amigo del hombre me parece una arbitrariedad;
los gatos también suelen ser excelentes guardianes: su rechazo a la gente negativa
es instintivo. Son limpios e independientes, lo que no se puede decir de muchas
personas. Mi gato Beppo es amarillo como el tigre.
Luego de quedar ciego, entre otras cosas,
debí conformarme con referir en mis obras sólo el recuerdo de los colores que
produjeron impacto en mi existencia. Uno de esos colores es, a no dudar, el
amarillo. Los tigres que me ilusionaban cuando niño en las jaulas del zoológico
llamaban mi atención por el amarillo de su piel. Nunca perdí la belleza del amarillo. Pero he perdido
totalmente el primer color que pierden los ciegos y que viven llenos de
nostalgia por él: el color negro. Es un equívoco pensar que las personas ciegas
vivimos en la oscuridad y tiniebla absoluta; los ciegos vivimos inmersos en una
neblina coloreada azul, verdosa y amarilla. Shakespeare se equivocó cuando
habla de mirar: On darkness which the blind do see (En la oscuridad que los
ciegos ven), porque los ciegos no vemos la oscuridad. Yo uno de los colores que
recuerdo como el más vívido es el rojo, que también he perdido
irremediablemente. El blanco también ha desaparecido por completo, porque no
puedo definir el blanco puro, todo lo que alcanzo es un poco de gris. Por mi
incapacidad siento íntimamente el amarillo, porque es el primer color que recuerdo
y es el último que logro algo ver. Este color dio título a uno de mis libros:
El oro de los tigres, y pienso que me acompañará hasta el fin. El amarillo es
el color de la aurora y el color del ocaso, es el color de mi vida; del
principio y del final de mi vida. El amarillo es una de las pocas cosas de mi
vida que no terminaron por abandonar a Borges, y aún me acompaña en esta época
final de nuestra existencia, ahora, cuando lo que busco en mi individualidad es
la paz, el placer del pensamiento y de la amistad, y aunque sea demasiado
ambicioso, aún deseo amar y ser amado. La juventud me resulta mucho más cercana
ahora que cuando era joven, quizás porque ya no veo la felicidad como algo
inalcanzable. Ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y
que no se debe perseguir. No creo que mi escepticismo sobre las cosas sea un
escepticismo ante la humanidad y sus posibilidades. Ahora creo que el hombre
está sobre todo solo consigo mismo. No creo en los países, las razas y todas
esas tonterías; decir la especie humana es decir una abstracción, es no decir
nada. ¿Qué es eso de "la especie humana"?. Yo creo que todos los individuos son distintos y
además tienen el derecho y la obligación de serlo. Particularmente no estoy
seguro de que mi obra sea individual, quizás me ayudaron a realizarla cada uno
de los escritores que he leído y cada una de las personas que he rozado en mi
vida, y hago pública mi confesión de pobreza en ese aspecto, puesto que cuando
escribo es probablemente porque me siento urgido de liberarme de algo, pero no
porque pretenda que mis ideas tengan valor grupal.
Sólo escribo lo que siento. Aun cuando
acerca de estas cosas es imposible improvisar opiniones, puedo decir que vivo
dentro de un mundo de individualidad compartida. Hay un Borges al cual se le
ocurren las cosas; yo camino y me demoro, ya sea mecánicamente o para oír
observaciones acerca del arco de un zaguán. De Borges tengo noticias por el
correo o me repiten su nombre en una terna de profesores o en un diccionario
bibliográfico. A mí en lo personal me gustan los relojes de arena, los mapas,
las litografías del siglo XVIII, la etimología, el sabor del café y la prosa de
Stevenson. El otro Borges comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso
que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra
relación es hostil. Yo vivo y me dejo vivir para que Borges pueda crear su
literatura, y es esa literatura la que lo justifica. No puedo dejar de confesar
que he logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar.
Es posible que se deba a que lo bueno no es de nadie, ni siquiera del otro
Borges. Tal vez lo bueno es propiedad del lenguaje o de la tradición.
Sé que como individuo estoy destinado a
perderme definitivamente, y sólo algún instante de mi vida podré hacer
sobrevivir en el otro. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar
en su ser. La piedra eternamente quiere ser piedra. Y el tigre un tigre. Yo me
quiero quedar en Borges, pero no en mí, si es que soy alguien. Pero me resulta
difícil quedarme en Borges, porque me reconozco menos en sus libros que en
muchos otros, o que en el rasgueo de una guitarra. Yo vivo solo con el otro, al
que no creo conocer del todo. De los cuentos que ha escrito Borges, mis
preferidos son El Sur, Ulrica y El libro de arena, que le da título a uno de
sus libros. El ensayo lo ha dejado, puesto que, en realidad, no es un
ensayista. Pienso que en el ensayo se vierten opiniones, y no sé si sus
opiniones son importantes, quizás sirvan como un estímulo para un escritor,
pero las opiniones siempre cambian, al menos en la gente inteligente. El
escribe, porque si no escribe me siento desdichado, no porque creo que lo que
escribe sea bueno, sino porque no sabe hacer otra cosa. Al cabo de sesenta años
de actividad literaria creo que no lo deshonran todas esas páginas; están
hechas por una persona que conoce el oficio y que tiene sentido de las palabras
en sus valores literarios. Si bien es cierto que estoy convencido de que muchas
personas pueden decir lo que Borges dice mucho mejor que él, a mí me interesa
que lo diga en su forma, a su modo, pues, si bien es posible que no tengan
ninguna importancia, me siento obligado a presionarlo a que así lo crea.
Respecto a la inspiración, yo no sé de dónde le viene. Es posible que nazca de
todos los libros que han leído para él, de conversaciones casuales, de cosas
que oigo... Borges no es un pensador. Es un escritor que ha usado los problemas
de la filosofía como material para su literatura, pero no soy un pensador,
excepto en el sentido que lo plantea Schopenhauer, que dice que cuando leemos
pensamos con cabeza ajena. Pero no es un pensador, porque yo no he llegado a
ninguna conclusión. El tiempo le ha inspirado muchas páginas. La mitología
también le ha impresionado desde siempre: por lo demás, estamos en un mundo de
mitos. Hay un poema con el cual le agradaría a Borges
quedar en una biblioteca para el olvido, si ello es posible. Everness dice:
Sólo una
cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que
salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.
La palabra "everness" fue acuñada
por Wilkins en el siglo XVII, y significa algo que tiene más fuerza que la
eternidad. Por otra parte, él inventó una palabra mucho más fuerte y mucho más
terrible, al punto que nadie la ha usado nunca más: la palabra
"neverness", que nombra aquello que nunca va a suceder. Por eso
Borges tomó la palabra "everness" y escribió este soneto marcadamente
triste, porque cuenta que en esta vida
todas las cosas son falibles.
Cuando nació este soneto, yo
suponía aún que habría alguna felicidad tras la tumba, porque todavía creía en
la inmortalidad, cosa que ahora ha sido totalmente superada en las ideas de
Borges. Para él esta idea no tiene más fuerza que la requerida para doblar una
esquina. Cuando escribe que "sólo una cosa no hay, y es el olvido",
está pintando el cuadro de lo que expresa una persona agobiada y amargada por
los recuerdos, y es la memoria de una mujer que lo ha abandonado, a la cual no
puede, aún por sobre los esfuerzos, olvidar, y lo único que me resta es vivir
permanentemente en esa dolorosa memoria.
Beatriz Elena Viterbo era una mujer como
cualquier otra, bastante trivial, por lo demás, y lo único claro que sucedía
era que yo estaba enamorado de ella. Fuera de esa cuestión, que no es
concerniente a ella, sino a mi propia personalidad, ella era una persona
bastante común, era, por supuesto, para mi en esencia la mujer misma, con una altivez
que a veces salvaba su carácter y que a veces denunciaba ser producto de su
estupidez. Pero yo estaba enamorado de ella, y naturalmente todas esas cosas me
parecían secundarias, o peor aún, cada rasgo suyo me parecía adorable, y lo que
ahora califico de estupidez, probablemente en esa época lo hubiese definido
como espontaneidad. Me parecía muy linda, aunque es posible que fuese otra de
mis impresiones subjetivas. Tengo la impresión de que era morena y más bien
alta, pero como mi vista siempre fue débil, no puedo asegurarme de muchas
cosas. Era delgada, de eso estoy seguro, lo recuerdo bien. Además me maltrataba
permanentemente, y cuando una mujer maltrata a un hombre, éste siempre siente
un inmenso respeto por ella. Ella me dejó la costumbre del cinematógrafo. La
recuerdo abrazada a mí, muerta de terror, mientras veíamos un filme de
Hitchcock, donde el hijo mata a la madre
y luego se
convence de que la madre
es él. Beatriz Elena Viterbo temblaba por lo que veía en la pantalla y yo
temblaba por la dicha de tenerla junto a mí. El título de esa película era
Psicosis, y tengo la certeza de que el que la ve, la recuerda siempre, porque
es una experiencia golpeadora. Sobre todo al llegar al fin, pues como él piensa
que es su propia madre, habla mal de sí mismo, y como sabe de alguna manera que
es el hijo, se siente loco. Tiene muy buen estilo, porque hay momentos en que
él es atacado por la locura y en ese preciso momento se corta la música y
aparece el grito sobrehumano de alguna máquina que hace destemplarse los
nervios. Esa ha sido la única película que me ha impresionado. Hay muchas otras
películas de terror que me han parecido más ridículas que terribles. De las
actrices, como un hombre más dentro de los hombres del mundo de mi época,
estuve enamorado de Greta Garbo.
Durante mi infancia estuve enamorado de Asta
Nielsen, que era una actriz sueca, y después lo estuve de Miriam Hopkins, que
era una actriz sumamente versátil, no así Greta Garbo, que saliéndose de su
papel en Ninotschka siempre hacía el mismo papel. Sin embargo, para un hombre
enamorado, el talento de la mujer deseada es algo secundario, y el caso era que
yo estaba enamorado de Greta Garbo. De los cómicos, los hermanos Marx me
parecían estupendos, mientras que Chaplin toda la vida me pareció malísimo.
Groucho Marx tenía muy buenos chistes, siempre recuerdo una rutina que él hacía
respecto a ingresar a un club. Él pensaba que no podía aceptar ser socio de un
club que no tuviese problema en aceptarlo a él como socio... a mí me parece una
broma exquisita. Hubo un período en que escribí algunas críticas de cine. De
ese tiempo recuerdo una película excelente que me atrevería a aconsejar que
vieran otras personas; se llama Kartum; me di el trabajo de ir varias veces a
verla. Trata de las luchas anticolonialistas en Sudán, cuando el líder
revolucionario El Mahdi enfrenta la opresión del último defensor inglés en la
ciudad de Kartum que será arrasada. La idea de la tragedia antigua está tan
bien trabajada que uno entra al cine y sabe que el protagonista va a morir; se
respira el sentido de derrota, y eso dignifica al hombre porque lo muestra como
un vencedor que lo único que no alcanza es la victoria. Hay pocas películas tan
bien trabajadas en lo que respecta a las consideraciones del hombre ante la
muerte, porque uno sabe que en todas las guerras y películas de batallas se va
a encontrar con muertos, pero acá reside el interés en que el mismo héroe
encabeza la lista de los caídos. Además la imagen fotográfica es estupenda, yo
veía bien entonces. Aunque nunca dejé de ir al cine, mucho menos a medida que
quedé completamente ciego, pero mis amigos
saben que me gusta asistir a ver una de mis cintas favoritas, y me
narran lo que ven en la pantalla, y el diálogo que escucho termina de darme una
cercana sensación de que aún las imágenes están vivas en mi memoria.
De lo que produce Hollywood hoy, pienso en
algunas cintas pioneras de entre los directores más jóvenes, que fueron los que
dieron un nuevo hálito al cine hollywoodense cuando parecía que éste ya nada
más podía aportar, dada la calidad, por ejemplo, del cine francés o alemán;
pienso en algunas cintas de John Huston, como El tesoro de la Sierra Madre, uno
de los últimos westerns, probablemente, y también Freud. Conocí a Huston en
México, y habló de llevar un cuento mío a la pantalla, El muerto, que ocurre en
la frontera entre la República Oriental y el Brasil, pero pensé que ya que
pensaba filmar en Estados Unidos y lo importante es el argumento y no el color
local, entonces le sugerí que lo mudara al Far West... creo haber realizado
durante años una crítica de cine digna, justo hasta antes de quedar ciego;
cuando voy al cine, y veo una cinta nueva, usted lo sabe, siempre converso
durante la exhibición; para mí es grato que me estén diciendo cosas como qué
hermosa mujer, sus ojos son muy grandes, y cosas así, que no son más que el
deseo de informarme de lo que se ve, así me voy enterando de la situación
gráfica que se da en la película, y ya me es posible comentarla con mayores
antecedentes, aunque es obvio que dejé la crítica de cine al quedar ciego. Creo
que la crítica de cine es una especie de ampliadora de la película, por eso no
considero muy inteligente negar la importancia
de la crítica
que se pueda hacer a cualquier obra
de arte, aunque la crítica inteligente sólo puede ser realizada por individuos
dedicados a su oficio. En mi caso, en mi trabajo crítico pretendí dar
especialmente una visión del guion cinematográfico, que es lo que me concierne,
sin olvidar la opinión del crítico que al final es el único que importa: el
público, algo que la crítica actual simplemente no toma en cuenta. Yo recuerdo
que terminaba de ver una cinta y de inmediato indagaba entre la gente que la
había visto para hacerme una idea de la recepción que había tenido, ahora esto
se considera absurdo, porque un crítico piensa que se va a rebajar si pregunta
una opinión a alguien neófito en el asunto, pero resulta que cualquier obra de
arte, no solo el cine, está hecha para todo el público, no para éste o aquél.
Algunos directores cinematográficos,
gentilmente, aluden a mis libros en sus películas. He visto algunas, como
Manhattan, en que una chica muy bella e inteligente asiste a una conferencia
mía en Nueva York; me han enviado el guion de esa y otras películas de Woody
Allen y me han parecido muy originales. He visto, repito aunque ahora ver para
mi es un acto de imaginación, he visto digo
una cinta inglesa llamada Performance, en que aparece un joven que canta
y es muy popular entre los chicos, por lo que sé, de nombre Mick Jagger, quien
en un discurso agreste cita un cuento mío, mientras otro personaje lee mi
Antología Personal en su automóvil, y ahora me cuenta que se ven fotos antiguas
mías... pero ¡cuántas molestias se ha tomado esta gente!
Me ha asombrado siempre la extraordinaria
paciencia y la extraordinaria bondad que la gente ha tenido y tiene conmigo.
Trato de pensar en enemigos y casi no encuentro ninguno, o, mejor dicho, no
encuentro ninguno. A veces, cuando se han escrito artículos en que hablan mal
de mí, algunos han opinado que eran demasiado violentos, y he pensado:
¡caramba, si yo
hubiese escrito ese artículo
hubiera podido hacerlo mucho más violento! De modo que cuando pienso en
mis contemporáneos, lo hago con gratitud. Una gratitud un poco asombrada,
porque, por lo general, la gente se ha portado mejor conmigo de lo que yo
merezco. Con excepción de muy pocos textos escritos por encargo, agradezco a
mis contemporáneos que me dejaran escribir lo que quiso escribir Borges.
Hay autores que escriben lo que la gente
espera de ellos, lo que los editores creen poder vender más y tonterías por el
estilo. Esto no es nuevo. Tasso, por ejemplo, no era un épico, sino más bien un
elegíaco, sin embargo él escribió un poema épico porque la gente esperaba eso
de él. Igual cosa le sucede a Voltaire, que es un épico en su poema Carlos XIV,
y lo hizo épico porque se pensaba en su tiempo que un escritor debía tener un
texto épico. Yo estoy seguro que no escribiré una novela, ya que -además-
Borges no sabría cómo hacerla. Lo más parecido a una novela es mi cuento El
Congreso, que con algunos rellenos podría ser una novela, pero no creo que los
ripios vayan a mejorar el texto. Quizás si fuese tomado el texto por un
escritor más diestro podría ser una novela, pero yo no soy un novelista, soy un
poeta, de lo cual no estoy muy seguro; soy un hacedor de breves narraciones, lo
demás que pueda decirse de mí es demasiado. Entonces, agradezco a mis
contemporáneos esa indulgencia que han tenido conmigo, que le ha permitido a
Borges ganarse el pan.
El arte sólo debe ser dependiente y
tributario del arte. Sin embargo, en algunos casos, aquello de comprometer el
arte puede servir como estímulo, puede ser útil a la creación del artista, como
en el caso de Whitman, a quien la creencia en la democracia le permite producir
los poemas que todos conocemos; esto se debe a que cuando en un país hay
efervescencia por algún pensamiento, dicha creencia puede comprometer
entusiasmos en ciertos escritores que ponen su genio al servicio de dicha idea,
sucediendo lo que generalmente ocurre cuando el genio se intenta doblegar: un
desastre; pero en el caso de Whitman, excepcionalmente, fue un acierto.
Borges jamás, ni remotamente, pensó alguna
vez en escribir exaltando una idea política. Yo tampoco se lo hubiese
permitido; es cierto que en mi juventud escribí unos poemas exaltando la
Revolución rusa, que afortunadamente se han perdido, y la única excusa es que
siempre fui un hombre de mi tiempo, y en esa época, a comienzos de siglo,
¿quién no cantó a ese hecho que parecía un acontecimiento magnífico? Era una
revolución que pensábamos ideal, que no tiene nada que ver con lo que se vio
después. Para la gente de mi tiempo, la revolución rusa de 1917 era un ideal
principio pacificador y de igualdad de posibilidades entre las personas, era
una posibilidad de que todo fuera mejor para nuestra civilización. Así lo
entendíamos. Mi padre se definía a sí mismo con el nombre de anarquista, y era
en la práctica un anarquista spenceriano. Siempre recuerdo cierta vez que
viajamos a Montevideo: me dijo que tenía la oportunidad y el deber de observar
todas esas cosas que eran visibles, porque todo lo que era visible algún día
estaba condenado a desaparecer, y sólo mirando podría contar las cosas que había
visto. Para mi padre era importante que yo conociera los cuarteles militares,
las banderas, los mapas multicolores que representan los diversos estados, que
mirara las iglesias, los sacerdotes, las carnicerías, las aduanas... porque
todo estaba destinado a desaparecer, puesto que el fin de la situación mundial
era lograr la unidad y la abolición de todas las diferencias que impiden el
usufructo de los bienes naturales al hombre en manera equitativa, el bienestar
universal, que debía ser el ideal político; pero los políticos hoy trabajan
sólo para llenarse sus propios bolsillos y retirarse a descansar a gozar de sus
rentas que, siempre, vienen del pueblo. Yo no he visto el día precioso en que
la profecía de mi padre sea cumplida, pero no pierdo la esperanza de que alguna
vez sea posible. Por lo pronto, hay cada vez menos curas ¿no le parece? Claro
que se levanta una piedra y salen cien políticos, es un horror como han
aumentado los políticos. El problema con la política es que siempre pensamos
solucionar los problemas con los personajes más que apelando a solucionar el
problema en sí. En política, el asunto no es enfrentar a un caudillo con otro
caudillo; porque sería entrar en el mismo juego de siempre de reducir la
historia a lo que sucede a cinco o seis personas. No me agradan las personas
que se promocionan a través de la política: son despreciables. La mayoría de la
gente le da una importancia desmedida a los políticos, lo que me parece una
tontería general.
Baroja decía que la política es un juego
sucio de compadres, y estoy de acuerdo. Cada político se dice representar la
opinión del pueblo, sin habérsela preguntado jamás; aunque la idea de pueblo es
una mentira, pero como en política se trata de mentir a propósito; digamos,
entonces, que un gran político debe ser, primero, un gran mentiroso. A mí me
repugna la idea de que una persona permita que le digan: Perón, Perón, qué
grande sos... Ese tipo o está loco o es un imbécil.
Si a mí alguien me dice: Borges, qué grande
sos, yo me voy, o, por lo menos, le digo que cambiemos el tema. El sueño
secreto de todo político es ser un dictador, una cuestión inherente a los niños
en su más temprana infancia, por eso la política se liga más a la mente
infantil que a la de una persona madura, entonces, la política no creo que sea
una cuestión de fanatismo, sino una cuestión de inmadurez. Porque no puedo
aceptar que los mandarines del mundo actual sean víctimas de fanatismo, sino
que han abusado del poder por un enfermizo plan para ser admirados y aplaudidos
y obedecidos y publicitados, porque una de las ideas más preciadas que hay
detrás de un dictador está la de ser un hombre famoso, lo que no comprendo.
Para mí, por ejemplo, el gobierno de Perón era como un dolor de muelas, que no
existe si uno es capaz de dormirse, pero que reaparece inmediatamente cuando
uno se despierta. Yo hacía desesperados esfuerzos por no pensar en política,
pero el problema era latente en la realidad Argentina. Y me sentía culpable, en
alguna manera, de esa situación, lo que me llenaba de remordimientos pero no
tenía valor para hacer nada. Era tan poco lo que podía hacer, apenas me
limitaba a mencionarlo con sorna en algunas de mis conferencias, y esa falta de
eficiencia en mi lucha era lo que me amargaba. Fue sumamente triste, también,
aunque tenía mucho de honroso, que mi madre, mi hermana, uno de mis sobrinos y
muchísimos amigos hubieran sido encarcelados por su manera de pensar. Yo fui
asegurado con un detective del cual finalmente llegué a ser buen amigo, porque
todas las mañanas estaba con toda su paciencia esperándome a la salida de casa;
para molestarlo, era común que yo realizara largas caminatas inútiles por
Buenos Aires, hasta que me di cuenta que era una tontería, de suerte que
conversé con el hombre y descubrí que era tan antiperonista como yo, con la
diferencia de que su trabajo de vigilarme era la manera de ganarse el sueldo.
Así que tomamos un acuerdo por medio del cual yo me comprometía a no conspirar
y él trataría de no molestarme más de lo necesario; finalmente era visitado una
vez cada dos días por este detective, para que conversáramos de todo tipo de
temas en que se incluía mi historia de lo que había hecho en esas horas y que
él, seguramente, repetía
a sus jefes. Fue una grata
relación amistosa...
Una vez me dijeron que Borges había
declarado que se afiliaría al Partido Comunista, de lo cual ni siquiera me
había enterado. Pregunté que cuál era la causa que había esgrimido, me
contestaron que a manera de protesta por la situación política, que, de todas
maneras, detesto. Pensé que si ello sirviera para devolver la tranquilidad a
una sola de las familias afectadas por los políticos, no pensaría dos veces en
hacerlo, aunque no acepto nada de ningún partido político, pero, ¿serviría de
algo? Creo que un escritor puede satisfacer su conciencia y obrar de un modo
que a él le parezca justo; pero no creo que la literatura deba consentir en
fábulas o en apologías. Debe tener la libertad de la imaginación, la libertad
de los sueños. He tratado que mis opiniones no intervengan jamás en lo que
escribe Borges; casi preferiría que no se supiera cuáles son. El único
compromiso que tengo es con la literatura y con mi sinceridad.
Si a Borges un cuento o un poema le salen
bien, le vienen de algo más profundo que de mis opiniones políticas, que
posiblemente son erróneas y están dictadas por las circunstancias. En mi caso
particular, ahora tengo un conocimiento muy imperfecto de lo que se llama la
realidad política. Realmente, me paso la vida entre libros. Por supuesto que
los políticos siempre me tratan de involucrar con sus ideas, que yo no comparto
en absoluto. A mí me basta saber que una persona es política para saber que no
comparto su idea en absoluto. Puedo soportar un cura, que puede llegar a ser
más cándido, pero nunca, en mi vida podría soportar un dictador. Se me ha
llegado a decir que Borges tiene ideas racistas. Las razas, pienso, no son
cuestión de sangre y de familias, sino un concepto que va mucho más allá, pues,
si pensamos con detalle, todos somos griegos, ya que Roma no fue más que una
isla de cultura griega; si sacamos La Ilíada
y La Odisea no podemos concebir
La Eneida, así, si sacamos Grecia no podemos concebir Roma, y si sacamos a Roma
de la historia, no seríamos capaces de concebir nuestra cultura y sociedad
moderna. Creo que la idea de que estamos divididos en razas es una idea
caprichosa. Particularmente tengo muchas sangres distintas en mis venas; en mis
antepasados hay gente española, portuguesa, inglesa, judía, belga y normanda,
por lo que se puede decir que soy un hombre de muchas razas, como todos, eso es
lo que otorga calidad a nuestra personalidad, y crea al hombre actual, el que
proviene de varios pueblos y no está aferrado al pueblo en el cual ha tenido
que nacer. De por sí los pueblos tienen un poder más allá de cualquier aventura
marcada por nuestras supuestas diferencias raciales, como los griegos y los
hebreos, puesto que en todos está el murmullo de la Biblia, por ejemplo, que
legan los hebreos a la historia. Pero Grecia también aporta a la historia el
pensamiento de Platón o Aristóteles, por recordar lo que forma nuestra propia
Historia. Los que hemos nacido en Argentina tenemos a nuestro favor que somos
fácilmente cosmopolitas, y esto nos hace naturalmente hospitalarios, que es lo
único que libera a un pueblo de su condición de provinciano, un mal difundido
en Europa ¿no?, donde olvidan a los persas, chinos o hindúes, como si fuera
posible olvidarlos. Cuando Europa francamente sea como un solo país, como
deberá serlo de acuerdo a lo que podemos llamar ruedas históricas, entonces
dejarán de ser tan provincianos. Por lo mismo creo, que si es posible, debemos
aprender a manejarnos en varios idiomas, para que el lenguaje no sea un
impedimento, para ser más hospitalarios. Por lo demás, Borges es muy emocional
y yo no me siento culpable.
De lo único que me siento culpable es de no
encontrar una mujer con la cual recorrer un largo trozo de mi vida; ahora,
aunque sé que mis días están contados, aún mantengo viva esa esperanza. Puede
ser tarde para todos los hombres del mundo, pero no es tarde para mí en el
amor. Tengo ahora la impresión de que he cometido un grave error en mi
existencia: me he enamorado con mucha violencia y, al mismo tiempo, muy
brevemente. A excepción de una vez, he estado enamorado en plazos relativamente
breves de tiempo y de distintas mujeres sucesivas. Hubiera sido mejor estar
enamorado con intensidad de una sola mujer, pero no tuve suerte, cuando lo
intenté, fracasé, ¿qué sucedió? Nunca lo supe. Beatriz Elena Viterbo era francamente
única. Aunque ahora siento que hay una gran distancia entre ella y yo, al punto
de pensar que al haber escrito El Aleph la he matado por segunda vez, porque no
sólo me liberé de ella, sino que estoy libre de su recuerdo, de lo que no estoy
muy seguro aún ahora, cuando ha pasado casi toda mi vida. Me casé tardíamente,
sólo para descubrir que entre ella y yo ya no existía nada en común. No tengo
reproche alguno para ella; posiblemente Elsa pueda hacerme muchos reproches a
mí, pero sería absurdo que yo me ponga a pensar en mis culpas, ¿no cree?, es
como pensar en los méritos que uno tiene.
Yo pienso que la gente ha sido buena conmigo
y la obra de Borges ha merecido un reconocimiento que más que reconocimiento ha
sido una invención de quienes la admiran. Todo ha correspondido a un proceso
muy lento, lo que no deja de extrañarme. Publiqué un libro titulado Historia de
la eternidad, y al cabo de un año comprobé con asombro y gratitud que había
vendido 47 ejemplares. Quería buscar personalmente a los compradores, para
agradecerles, para pedirles perdón por los muchos errores del libro. En cambio,
si uno vende 470 ejemplares, o 4700, ya la cifra es tan grande que los
compradores no tienen cara, domicilio,
parientes.
Vivimos en el engañoso mundo de las
apariencias, y es posible que en la otra vida, de la que he llegado a abjurar,
se encuentren escondidos los modelos de la eternidad. Aún puedo creer, ¿por qué
no? Es tarde para los demás, pero no para uno. Quizás luego hay un mundo como
el soñado por Platón, en donde subsisten las cosas eternas y perfectas.
Posiblemente ser Borges no valió la pena,
pero debo pensar que sí, pues ahora es necesario creerlo con más fuerza. No sé
cuál de los dos habla ahora, aunque al otro, a Borges, es a quien se le ocurren
las cosas. Ahora solo vivo y me dejo vivir.
Estoy solo, pero menos que antes; ahora me
acompaña una chica llamada María, que es el nombre primordial de todas las
mujeres. María Kodama se preocupa de mí y me resulta muy cómodo hablar con
ella; me agrada mucho, es delicada y frágil, se nota cuando está presente
porque no se la oye.
Me pregunto: ¿a pesar de mis ochenta años, no será aún temprano como para sentirme un fracasado en el amor?
Me pregunto: ¿a pesar de mis ochenta años, no será aún temprano como para sentirme un fracasado en el amor?
Waldemar Verdugo Fuentes,
collages del autor.
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