viernes, 21 de marzo de 2014

EN VOZ DE BORGES por Waldemar Verdugo Fuentes (fragmento)

-EN VOZ DE BORGES: conversaciones con Jorge Luis Borges. Primera Edición: 1981, Editorial Novedades de México. Inscripción en México: Dirección General del Derecho de Autor de la Secretaría de Educación Pública N° 3.006, Sociedad General de Escritores de México, 28 de noviembre año 1980. En Chile: Registro de Propiedad Intelectual N° 86.857, 1 de junio año 1993. ISBN 978-956-353-390-3 Fragmento de la contraportada Primera Edición en papel vegetal: EN VOZ DE BORGES es una visión singular de uno de los más destacados escritores del siglo XX, en la voz de Waldemar Verdugo Fuentes, escritor chileno que fue su amigo. “Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo. Acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad… tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales”, declara Jorge Luis Borges en este libro, que, en verdad, toca al genio humano. Fragmento de la contraportada Primera Edición en papel electrónico (2013): Esta Primera Edición en Tinta Electrónica, supervisada por el autor, suma y enriquece cualquier edición impresa en papel vegetal, a partir de la primera edición en fragmentos el año 1981, al incluir material gráfico inédito del maestro Jorge Luis Borges, así como juicios acerca de la obra y un glosario de nombres, lugares e ideas citados. http://www.amazon.com/dp/B00G8R1JD6

miércoles, 14 de marzo de 2012

EN VOZ DE BORGES.

EL MINOTAURO EN SU LABERINTO
EN VOZ DE BORGES: TERCERA EDAD
Waldemar Verdugo Fuentes

   -¿Jugó Usted alguna vez ajedrez?

   -Alguna vez. ¿No le parece a usted la vida demasiado corta como para jugar ajedrez?

   -¿A usted no le molesta hablar de su vida privada?

   -Por supuesto que no. Los detalles íntimos siempre interesan a los lectores, aunque no sean verdad.

   -¿Ha leído a Reichfsneider?

   -No lo he leído, pero tengo idea que se parece a Reichstrapovich a quien tampoco he leído.

   -¿Hay algo que valga más que una buena poesía?

   -Una buena mujer. También un buen vaso de vino.

   -De este desastre no podemos sacar ningún buen partido.

   -Estamos de acuerdo: no lo podemos justificar desde el punto de vista moral, ahora intentémoslo estéticamente y veamos si en este sentido podemos hacer algo.

   -Si se apareciera ahora la mujer de sus sueños y le preguntara qué le ofrece a ella para quedarse a su lado, ¿qué respondería?

   -Bueno, a mi edad le ofrecería la plena seguridad de tener conmigo un amor para toda la vida.

   -¿Qué le cansa?

   -Borges me cansa, pero no tengo otro destino posible.

 
Jorge Luis Borges y escritor chileno Waldemar Verdugo Fuentes, autor de esta obra, en el hogar del escritor argentino en Buenos Aires, 1973.

 
Al viejo Borges lo dejé de ver formalmente hacia la primavera de 1975, pocas semanas antes de que muriera su madre, cuando regresé a Santiago, donde siempre termino por volver. En el verano de 1976 lo volví a visitar unos días. Doña Leonor ya no estaba, y Borges, huérfano, se enfrentaba al mundo con la lucidez propia a los genios. Se encontraba finalmente en su centro. En esos días, junto a varias otras personas, lo acompañé a una cita memorable en que se reunió con Ernesto Sábato: sólo se habían visto una vez antes en 1972; ya era mundialmente conocida la labor en ayuda de los derechos humanos que había emprendido Sábato y, más que nada, Borges quería así expresar su apoyo. El verlos juntos significó, en lo personal, entender lo que sucedió cuando se encontró Lao Tsze con Confucio: eran dos dragones los que hablaban. Nada más diré. En 1981, de paso hacia la Ciudad de México, lo visité unas horas por última vez en Buenos Aires. Estuvimos esa mañana conversando en su casa, y hacia el mediodía lo llegó a buscar doña Silvina Ocampo. En circunstancias que yo viajaba la siguiente mañana, Borges me invitó a cenar y lo pasé a buscar hacia la hora del crepúsculo de la tarde, estaba solo, pero ya trabajaba hacía años con él la que sería su última esposa: María Kodama. Fue igual que si el tiempo no hubiera pasado; cruzamos la Galería del Este, enfilamos por Florida y de paso entramos a una librería donde él quiso comprar para mí un ejemplar de El libro de arena, acabado de publicar, llevamos dos. Luego, caminando sin apuro, entramos a cenar a un local de Lavalle, que habíamos convenido con Eduardo Polinari, el doctor Etchegaray y Mónica, su hermana y Ricardo Alfonso Perugorría con su señora, que ya nos esperaban. El maestro Borges estuvo como siempre ingeniosísimo; hacia la medianoche nos trasladamos al Florida Garden y le fuimos a dejar ya muy tarde; él no caminaba mal, pero andaba con una sonda permanente. Hacía chistes privados al caso. Por lo demás, lo vi intacto. En momento alguno enfrentaba la vida con actitud desencantada. Una frase suya me quedó grabada: "Es tarde para los demás, pero no es tarde para mí."

   Muy de mañana, al nuevo día, llamé para despedirme. Y ya nunca más lo volví a ver. Pero nunca dejé de escribir de él hasta que se devolvió a la distancia. Quedan revoloteando sus palabras como un monólogo posible de un minotauro, sus palabras para quien desee escuchar; más allá de esta trascripción donde habla él y quien se deja ser el otro, es el minotauro que habla desde el centro del laberinto donde había llegado Borges, él mismo.  
Dijo: 
Uno es humano hasta donde esto es posible.  Por eso me agrada hablar sin interrupciones y cuando me hice viejo comencé a hacerlo públicamente. A todos los hombres ancianos nos gusta hablar sin que nos interrumpan... es tan corto ya nuestro tiempo...
   Pienso que el género ideal para la entrevista es el monólogo, con lo cual ya no es una entrevista, y al mismo tiempo no deja de ser un cuestionamiento. Ese sentido de intimidad viene de la época romántica, puesto que los monólogos largos e íntimos son una literatura relativamente moderna. Los primeros poetas no practican jamás el hablar de ellos mismos, sino que siempre están refiriéndose a emociones de grupo. El movimiento romántico surge cerca de finales del siglo XVIII, y no hay duda que nace como una exaltación del individuo; es lo único que no termina de convencerme, porque ¿a quién puede interesarle lo que pueda decir Borges?  Pero sigamos, quizás sólo  sea una superstición mía. Para un hombre de mi edad, que está bastante abandonado, es un placer poder hablar. Por eso he aceptado su trabajo, para que nos entretengamos, y porque el monólogo, a pesar de no ser frecuente, es vigente, y no hay duda de que necesita ser autobiográfico. Y ¿quién es Borges para negarse a hacer confidencias? Un monólogo es como una persona sola enfrentándose al mundo, ¿no le parece? En todo caso, yo me siento bastante mas solo de lo que quisiera; aunque jamás estoy aburrido, siempre, en todo momento el otro Borges me tiene desafiado, como con una espada de Damocles meciéndose sobre mi cabeza, ¿es posible, viviendo así, aburrirse alguna vez?. Trabajo todo el tiempo, aunque no sé para qué trabajo. Soy como una hormiga que ha encontrado algo que nunca antes vio en su vida. Hay un cuento que se llama La hormiguita caminadora, y se lo contaré.

   Resulta que una hormiga caminaba cierto día por una hoja de papel, cuando vio -de pronto- una pluma que escribía en negros y finos trazos. Y vea lo que sucedió:

   -¡Qué maravilla! -exclamó-. Que cosa tan notable y con vida propia que crea mundos en esta bella superficie blanca. Puede equipararse a los esfuerzos conjuntos de todas las hormigas del mundo. Y ¡qué cosa crea, parecen hormigas, no una, sino millones que actuasen juntas!

   Le relató su idea a otra hormiga, la cual estuvo igualmente interesada. Alabó los poderes de observación y reflexión de la primera, pero otra hormiga dijo:

   -Siguiendo tus movimientos, debo admitirlo, he observado  ese   extraño   objeto.  Pero he llegado a la conclusión de que no es él quien impulsa su trabajo. Has cometido el error de no observar que ese objeto está unido a otros objetos que lo rodean y conducen. Esos y no otros deben ser considerados como el origen de su movimiento, y hay que acreditárselo.

   De este modo las hormigas descubrieron los dedos. Pasado bastante tiempo, otra hormiga caminó sobre los dedos y se dio cuenta que formaban parte de una mano, que exploró total y minuciosamente, al estilo de las hormigas, trepando por todas partes y escudriñando todo. Fue donde sus compañeras y gritó:

   -Hormigas, tengo noticias de importancia para ustedes. Esos pequeños objetos forman parte de otro mucho mayor. Y ese es el que verdaderamente lo mueve todo.

   Pero luego descubrieron que la mano estaba unida a un brazo, y el brazo a un cuerpo, y que no existían una, sino dos manos, y que existían dos pies que no escribían. Y prosiguieron las investigaciones. Las hormigas llegaron así a tener una idea adecuada de la mecánica de la escritura. Pero carecían del sentido e intención de la escritura, y esto no lo pudieron descubrir nunca: no por falta, entonces, de intención y esfuerzo, sino simplemente porque no saben leer.

   Ese era el cuento de la hormiguita caminadora. A mí me caen bien las hormigas, me identifico con ellas en el sentido que también he trabajado toda mi vida. Me parece que no hay un solo día en mi vida en que no haya trabajado algo, así sea solo recreando en mi memoria unas líneas a la espera de alguien que tome mi dictado. Pero soy humano, no soy una hormiga. Yo soy humano hasta donde esto es posible. Por eso me agrada hablar sin interrupciones y cuando me hice viejo comencé a hacerlo públicamente. A todos los hombres ancianos nos gusta hablar sin que nos interrumpan...es tan corto ya nuestro tiempo. Mi madre, a los 98 años decía que se le había ido la mano, y cada noche se despedía de mí como si hubiera de amanecer muerta. ¿La recuerda usted?

   La Biblia recomienda vivir setenta años. Yo tengo más de lo recomendado y cada día me pregunto ¿por qué sigo vivo? Pero lo peor que puede sucedernos está más relacionado con el amor que con el tiempo y la muerte. Lo peor es querer y no ser querido. Porque yo digo, a quien desee oírme, que a esta edad aún se puede estar enamorado. Es tarde para los demás, pero nunca es tarde para uno... el hombre nace y muere con su capacidad de amar intacta, siempre podemos amar como a los quince años. En lo personal, nunca tuve las cosas claras en asuntos del amor. Nací ignorante al respecto. Durante toda mi infancia, pensé que ser querido era una forma de injusticia. No creí merecer ninguna especie de cariño. Mis cumpleaños me llenaban de incomodidades porque todos acumulaban regalos sobre mí, que yo creía absolutamente injustificados. En ese tiempo me hubiera gustado, como ahora, haber sido invisible. Cuando era niño, me demoraba en el jardín zoológico mirando el tigre. Y luego, en las enciclopedias buscaba siempre su imagen para ver cómo estaba representado; llegué a juzgar un diccionario solamente por las ilustraciones de sus tigres. De niño tuve temores y pesadillas que aún me obsesionan: me veía perdido en lugares que finalmente resultaban laberintos...

   Soñé que el laberinto es un símbolo de estar perplejo, de estar perdido en la carrera de la existencia. Así estoy, como un minotauro perplejo pues se ha perdido en su propio laberinto. La vida que he vivido ha sido continuamente una vida de asombro ante las cosas y los hechos. Ahora mismo estoy asombrado de poder hablar, de vivir, y creo que el símbolo más evidente para explicar este asombro es el laberinto. Es cierto que, si bien la idea de perderse no es una idea que nos parezca rara, sí es raro un edificio construido sólo con el propósito de que la gente se pierda. Aunque la idea quizás haya surgido de los túneles construidos en las minas, no deja por ello de ser extravagante creer en un constructor de laberintos, en un Dédalo, o si se quiere literariamente, en un Joyce. He tenido muy clara y muy cercana la idea del laberinto; en mis cuentos hay muchas clases de ellos.

   En El jardín de senderos que se bifurcan hablo de un laberinto perdido. Esta idea de un laberinto perdido está llena de componentes mágicos, porque si es un laberinto un lugar en el cual uno se pierde, la idea es la de un lugar perdido en el cual uno se pierde. Extraviarse en un lugar perdido es doblemente asombroso. Sin embargo, creo que en el símbolo del laberinto hay una especie de esperanza, porque si nos diéramos cuenta de que este mundo es laberíntico, nos sentiríamos seguros, porque es entonces posible que tenga un centro, aunque en ese centro se encuentre el minotauro. Pero no sabemos si el Universo tiene un centro, y por lo mismo, quizás no sea un laberinto sino un mísero caos, y en ese caso estamos perdidos. Pero puede haber un centro secreto en el mundo o para el mundo, centro que puede ser divino o demoníaco, pero un centro que nos diría que estamos salvados porque  existe una arquitectura dentro de todo, por eso no creo peligroso descubrir que vivimos dentro de un laberinto, porque ello implica una construcción coherente.

   Felizmente hay algunos hechos que nos inducen a creer que existen ciertas coherencias dentro del mundo, como el verano, el invierno, el otoño y la primavera, las rotaciones astrales, las edades del hombre, la aurora, el mediodía y el ocaso, los dos crepúsculos, la puesta del sol, la salida de la luna... cosas que nos inducen a pensar que hay cierto orden en la naturaleza, un orden oculto; y de no pensar así debemos creer que no existe una razón, que el Universo es inexplicable. Sería lo más terrible que podríamos saber. Por eso creo que si bien es cierto que la idea de un laberinto implica temor, no es menos cierto que nos ofrece una esperanza, pues si hay un plano, hay también un arquitecto.

   Es cierto que pensar en la idea de un arquitecto universal no es tan descabellado, especialmente, si pensamos en las cuatro edades del hombre en que regularmente todos somos niños, jóvenes, adultos y ancianos. Yo de niño me recuerdo vigilando con inquietud un ropero gigantesco que había en mi cuarto, y que tenía tres cuerpos de espejos. Era muy misterioso el verme reflejado en tres espejos simultáneamente, y como la cama era de caoba muy brillante, era en verdad otro espejo que se sumaba al desconcierto de mi mente infantil. Me aterrorizaba ante la posibilidad de que uno de los reflejos se moviera independientemente de mí, y eso me llevaba a cerrar mis ojos, a abrirlos tímidamente como tratando de sorprender mi imagen en el espejo en algún movimiento que yo no había hecho. Era algo espantoso. La ceguera me liberó de la persecución de los espejos, pero lo hizo gradualmente, pues cuando empecé con mis afecciones a los ojos viví la experiencia de la dualidad, veía las cosas dobles, como si fueran ellas mismas y sus fantasmas. Es muy molesto eso de ver una luna y al lado una luna idéntica a la que uno está viendo... mi obra literaria ha sido la catarsis de estas terribles experiencias, pues el recurrir a ellas en mis escritos fue como olvidarlas de manera definitiva, como una liberación. O sea que esos temores que tuve de niño afortunadamente ya no existen, aunque íntimamente soy el mismo de antes, el mismo chico de entonces, el mismo desde hace cuarenta, cincuenta y más años atrás. Apenas si he aprendido algunas destrezas, aunque no logré ser más bueno, más feliz y cometer menos errores en mi trabajo de escritor. Nunca logré dominar la capacidad del olvido. Hay tantas cosas que desearía poder olvidar. Por ejemplo, esta postración en que me ha dejado una reciente intervención quirúrgica... jamás tampoco superaré la muerte de mi madre; yo no sé si es la realidad más atroz que me ha tocado vivir; usted, que la conoció, ¿pensó que ella iba a morir? Es cierto que cada noche ella lo anunciaba, pero yo nunca lo creí imaginable. Todavía me siento un poco incrédulo, me parece extraordinario que haya desaparecido la persona que fue la parte más importante de mi vida... y seguir vivo. Si bien es cierto que se ha dicho -y Wordsworth es uno de los que lo ha dicho- que el momento ideal para crear un poema es cuando la emoción ha fenecido; yo no hice uso de ese tiempo propicio, y bajo toda la fuerza del golpe que acababa de recibir, escribo:

He cometido el peor de los pecados                                                                                  
que un hombre puede cometer.
No he sido feliz. Que los glaciares del olvido
me  arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz.
Cumplida  no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.

   Naturalmente es un poema autobiográfico porque habla del remordimiento. Hoy al levantarme estuve hablando con Fanny quien me sirve, de esto, le dije:

   -Si usted entrara al dormitorio de mi madre y se encontrara con ella, ¿sentiría miedo?

   -Yo no -me respondió-. Yo no le tenía miedo a la señora cuando vivía, ¿por qué había de temerle ahora que está muerta?

   Luego de esto, me pregunté: ¿Por qué es tan raro que una persona muera? Acaso ¿no es raro que una persona viva? Claro que, ahora, para mí la muerte es una esperanza, no un temor. Yo ansío no proseguir en otro mundo, quiero morir completo. Ahora solo tengo miedo a la inmortalidad del alma. Ese es mi único miedo: sería horrible seguir siendo, y sobre todo seguir siendo Borges.   Estoy harto de él.  Es muy curioso que la gente sienta tal incógnita ante la muerte. Yo quisiera que a mí me llegase sin agonía. En griego, "agonía" quiere decir "lucha". Me gustaría que llegara mientras estoy conversando agradablemente con un amigo, sin que siquiera fuera interrumpido, sino súbitamente borrado por la muerte. Por supuesto que si yo ahora hablo de la muerte, no quiere decir, en absoluto, que siempre ande queriéndome morir; sólo es que hay momentos en que uno quiere desaparecer. Cierta vez que visitaba a Macedonio Fernández en una de las pensiones en que él solía vivir, ambos éramos sostenidamente molestados por un vecino que tocaba música. A tal extremo habían llegado las cosas que Macedonio me propuso que nos suicidáramos para salvarnos de ese suplicio. Mucho tiempo después relaté esto a un periodista, quien me preguntó con gran asombro:

   -¿Y se suicidaron?

   Yo le contesté: -Realmente, no recuerdo.

   Bueno, el mundo es absurdo. No sabemos por qué actuamos, no sabemos por qué vivimos, quizás algún día recibamos esa misteriosa revelación, al menos eso es lo que espera la gente religiosa. Yo no. Porque, si bien he escrito mucho sobre Dios, incluso una demostración casi humorística de Dios, a fin de cuentas no sé si creo en una idea de Dios. Creo que algo -que no somos nosotros- está detrás de las cosas, pero tengo miedo de creer en Dios, porque casi siempre creemos en Dios más por autocompasión que por otra cosa. Es muy vergonzoso que la lástima por nosotros mismos y por los demás nos lleve a invocar a Dios; prefiero decir como Bernard Shaw que en vista de las circunstancias  he  renunciado a las bondades del cielo.

   Particularmente en cuanto a Jesucristo, siempre he sentido una admiración muy grande por lo que él es. No me cabe duda de que es el pilar de la historia del mundo y lo seguirá siendo inclusive más allá, en el futuro. Pero siento que hay algo que le falta, o que le sobra, y que no lo hace todo lo simpático que podría ser. A mi parecer, Sócrates es más simpático, y Buda también. En Jesucristo hay algo como de político que no me acaba de convencer. Hay momentos en que lo encuentro hasta demagógico; aquello de que los últimos serán los primeros, ¿por qué? Me parece que es una aseveración injusta. Aquella de que los pobres de espíritu heredarán la Tierra, ¿por qué? No lo entiendo, y menos entiendo aquella idea de que los ricos no entrarán al reino de los cielos solamente porque en la Tierra ya recibieron su recompensa. Si el reino de los cielos es eterno, ¿cómo puede compararse a unos cuantos años aquí en la Tierra?

   Yo creo que las cosas eternas no tienen derecho a competir con lo temporal; por eso no acepto esa idea miserable de la condenación eterna. Me parece increíble que existan dolores que se prolonguen más allá de nuestra estancia aquí en la Tierra, que ya es dolorosa de por sí. Mi abuela decía que su concepto de Jesucristo estaba relacionado íntimamente con la belleza. Yo pregunto: ¿cómo Dios que se hace hombre y que está a favor de los míseros y de los humildes, de los pobres de espíritu y de los desheredados, va a concebirse como un ser bello? Sería una actitud injusta de Dios, sería una acción racista entre las acciones de Dios. Por eso creo que Jesucristo debió de haber sido francamente un hombre feo. Pero no me gusta mucho hablar de Dios, puesto que es fácil herir susceptibilidades. Los católicos son muy sensibles en cuanto a esto; mi madre fue católica, pero yo no puedo serlo, aunque he admirado  a varios  escritores católicos, como Chesterton o León Bloy. Yo no tengo religión, sino la esperanza grandiosa de morir eternamente, de morir en cuerpo y alma. Como mi padre, también quiero desaparecer del todo de una vez; preferiría que luego de mi muerte nadie recuerde siquiera mi existencia.

   Siento horror de que alguien piense en llamar con mi nombre alguna calle, porque no quiero ser una calle. Quiero que Jorge Luis Borges sea olvidado. Me aterra la posibilidad de la inmortalidad: todas mis esperanzas están cifradas en la mortalidad definitiva, en desaparecer de una vez y para siempre. En morir y luego no saber nada más de nada: esa es mi única esperanza. Entonces, yo no tengo religión y me reconforta poder decirlo. Pero no significa que por ello no tengo una convicción personal acerca del Universo, sino más bien que estoy convencido de que mi destino personal, como individuo, no importa nada.

   Recuerdo una obra de Shakespeare en la cual se narra la historia de un cobarde que ha sido puesto en evidencia como cobarde; como él tenía un alto grado del ejército, cuando es degradado, dice: "ya no seré más un capitán, de modo que solamente lo que soy ahora será la fuente que me hará vivir". Igualmente, eso que he sido no me interesa que siga viviendo. Por eso recuerdo con afecto la idea del río Leteo de los antiguos: las aguas del olvido que se beben para dejar de ser. De modo que pienso al contrario de Unamuno, para el cual era de vital importancia seguir siendo Miguel de Unamuno, aún después de la muerte. Yo no vivo en ese estado de ansiedad, siempre en el temor de cómo o cuál será mi destino después de la muerte. Creer así le da a uno cierta fuerza que la gente religiosa no tiene.

   Realmente, me niego a creer que exista un ser que sea Dios. A mí me parece que Dios es una invención de la literatura fantástica, tal como el centauro  y  el  Ave Fénix.  Por eso el problema de Dios para Borges no es importante. Yo sé que todo lo que ocurre no es demasiado importante puesto que no pasaré más allá de la muerte y entonces es lo mismo que decida una u otra cosa. Me basta tener un sentido ético de la vida y ser consecuente con dicho sentido.

   Aunque, y es cierto, la idea de alguien todopoderoso y omnidotado es mucho más apasionante que las más exquisitas creaciones de la fantasía, creándose y recreándose historias que al final siempre llegan a deducir que Dios es perfectamente inexplicable. Por eso rechazo los credos estructurados en torno a la idea de Dios, que se estructuran como si Dios fuese un hecho concreto y probado definitivamente. Cuando veo que hay gente que piensa que Dios está preocupado de sus vidas, me parece una inmoralidad, porque están evidenciando una existencia vulgar de Dios, a quien, sinceramente, si existe, no creo que le interesen problemas menores como los que a nosotros nos acechan. Así es que, aunque creyera en Dios, no me cabe duda de que no tendría ningún interés específico en relacionarse conmigo.

   Entre tanto, yo sigo milagrosamente vivo, poblado de recuerdos y emociones. Hay momentos en que no sé dónde comienza el recuerdo de alguna cosa o la confundo con la misma cosa descrita por un amigo o un buen escritor... me he sentido confuso y desesperado, porque se mezclan a veces tantas cosas en mi memoria. Pero me reconforta saber que me acerco cada vez más a ese día en que se aclarará para mí la sombra del misterio mayor de los hombres. Sé que debo morir y quisiera morir luego... estoy muy cansado. Así es: mi único miedo es no morir entero, la eterna perdurabilidad. Por eso me he obligado a creer en lo absoluto de la muerte; no sé hasta dónde me he convencido, pero deseo creer que moriré totalmente. Esto es lo único absoluto que me interesa... me  pregunto, ¿es posible que yo tenga que morir como mueren las rosas y como murió Aristóteles?. En esto también hay algo de placer... aunque creo, sinceramente, que he vivido más de lo que me correspondía, porque si bien es cierto, dije, que la Biblia pone como límite de vida los setenta años, agrega sabiamente que los días posteriores a ese plazo son de angustia y aflicción. Hay un poema interesante que habla de esto, La sepultura; nada sabemos acerca de su autor, pero sabemos que no es cristiano porque no ofrece el Cielo ni la Tierra ni el Infierno. Es un poema medieval y no es la historia de un hombre que se dirige a otro. Se trata de la voz del destino y dice:

Para ti fue hecha la casa, antes de que nacieras.
Para ti fue destinada la tierra antes
de que salieras del vientre de tu madre.
No la hicieron aún. Su hondura se ignora,                                        
no se sabe aún qué largo tendrá.
Ahora te llevo a tu lugar.
Ahora te mido a ti primero y a la tierra después.
Tu casa no es muy alta. Es humilde y baja.
Cuando yazgas ahí, las vallas serán bajas,
humildes las paredes.
La techumbre está cerca de tu pecho.
Habitarás entonces en el polvo y sentirás frío.
Toda tiniebla y toda sombra, se pudrirá la cueva.
Esta casa no tiene puerta y no hay luz adentro.
Ahí estás firmemente encarcelado
y la muerte tiene la llave.
Aborrecible es esa casa de tierra
y atroz morar en ella.
Ahí estarás y te partirán los gusanos.
Ahí estás acostado lejos de tus amigos.
Nadie irá a visitarte.
Nadie irá a preguntarte si esa casa te gusta.
Nadie abrirá la puerta.
Nadie bajará a ese lugar porque muy pronto
serás aborrecible a los ojos.
Tu cabeza será despojada de su cabello
y la hermosura de tu pelo se acabará.

   En el Eclesiastés se dice que el hombre viaja más y más hacia su larga alborada de la muerte. Tal como en este poema, es posible que en mí haya un no-sentido de la vida. Ahora mi situación es bastante precaria y no puedo creer en la inmortalidad porque no la deseo; con mis años, ciego, solo, en un mundo convulsionado, indiscutiblemente hay en mí un no-sentido de la vida, que es el material con el que ahora escribo, porque, a pesar de mis miserias, siempre estoy inventando argumentos,  escribiendo poemas en mi mente. Estoy constantemente trabajando, y, desde luego, la mayoría de mis proyectos no se realizan, pero continúo. Claro que si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores; no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más; sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos; de eso está hecha la vida: sólo de momentos. Me preguntaban hace poco una opinión póstuma, y dije que en mi estado cualquier opinión era póstuma, y agregué que lo más cuerdo sería arrepentirme de todo lo que escribió Borges, pero, al mismo tiempo, creo como Whitman que el que toque cada uno de mis libros, tocará a un hombre. El lector sabrá que cuando llegue la noche estaremos solos los dos. Para escribir nada más ha vivido Borges y para mí ha sido poco... a veces llego a pensar que la vida es demasiado pobre para no ser inmortal. Porque, evidentemente, nuestra vida es precaria. Cierto es que hay algo eterno en nosotros, es algo breve y efímero, momentos que no duran más que el instante de felicidad.

   Creo que somos espectadores de nuestra vida más que lo que podríamos ser actores o víctimas de la vida. No hay duda de que si uno piensa un instante de tiempo, ese instante presupone otro, y así sucesivamente. Los seguidores de Buda plantean que hemos vivido infinitas existencias, y si Borges revisa rigurosamente esa idea, se da cuenta de que mis ambiciones, mis logros, mi suerte, mi fortuna, todo lo que he sido y he tenido depende del instante anterior, y ese instante anterior ha dependido de otro anterior. Cada momento depende del momento que ha pasado, hasta retornar al infinito, que no tiene por qué significar lo indeterminado, sino que, como los budistas creen, hay un proceso de trasmigración permanente, donde uno  ha  vivido  un número  indefinido  de vidas,  donde ninguna ha sido la primera. En cuanto a esto, los hindúes son muy desconcertantes, puesto que no inician su cosmogonía con frases como "Dios creó al principio...", sino que enseñan que la primera acción de Dios fue la destrucción de lo existente, y así dan origen a una nueva creación. Una destrucción como paso inicial, implica necesariamente una destrucción final que ha de dar origen a otra creación, infinitas veces. En este aspecto, sobresale la humildad del taoísmo acunado en la antigua China. Ellos confiesan no saber de dónde viene Dios o Tao... Pero dicen que es el antepasado de todos los hombres. Lao Tsze habla de un tiempo lineal, donde todas las cosas son únicas, cuando cada instante es irrepetible. Para el taoísmo es lo más importante no perder el tiempo, por eso son gentes muy trabajadoras. Yo raramente he perdido el tiempo, a pesar de mis limitaciones de hombre ciego, he intentado justificar mis horas. Siempre estoy jugando con el tiempo, pero no en el sentido travieso de la palabra, sino en el sentido ansioso de la palabra. Sé que mi tiempo es corto y no me importa. Pienso que no era necesario haber vivido para llegar a dónde he llegado, si Borges es el mismo que recuerdo desde siempre, físicamente un hombre joven porque es su última imagen que tengo detenida en el tiempo. El tiempo para mi es ahora, único y definitivo. Yo he tratado, por supuesto, este tema en mi obra; un poema al que llamé Cosmogonía dice:

Ni tinieblas ni caos. La tiniebla                                                                          
requiere de los ojos que ven, como el sonido                                                              
y el silencio requieren el oído                                                                                      
y el espejo la forma que lo puebla.                                                                             
Ni el espacio ni el tiempo. Ni siquiera                                                                      
una divinidad que premedita                                                                                         
el silencio anterior a la primera                                                                               
noche del tiempo, que será infinita.                                                                            
El gran río de Heráclito el oscuro                                                                             
su curso misterioso no ha emprendido.                                                               
Algo que ya padece. Algo que implora.                                                           
Después la historia universal. Ahora.

   El tiempo fluye de un modo distinto cuando uno ha perdido la vista. Antes, en un viaje en tren de treinta minutos, por ejemplo, yo tenía que estar leyendo o haciendo algo, pues si no, me parecía un viaje interminable. En cambio, ahora, ya que inevitablemente hay horas de soledad en mi vida, porque no tengo de quien realmente ocuparme, ahora me he acostumbrado a estar solo; antes, mis horarios dependían de los horarios de mi madre, en ciertas horas yo debía estar inevitablemente en casa por ella, ahora me he acostumbrado a estar solo y pienso en cualquier cosa; o simplemente no pienso, me dejo vivir nomás... Dejo que el tiempo fluya, y me parece que fluye de una manera que es distinta. No sé si con más rapidez, pero sí con una especie de dulzura, con mucha más concentración. Ahora tengo más memoria que antes. Quizás se deba al hecho de que antes, cuando yo aún leía algo, lo leía de un modo superficial porque sabía que podía volver al libro. Con los ojos de ella, durante mucho tiempo, también podía volver a algunos libros. En cambio ahora, no le puedo pedir a cada persona que llegue que lea algo para mí, y si le pido a usted o a otro amigo que lea para mí, no puedo estar exigiéndole eso continuamente. Cuando me leen en voz alta, siento que escucho con más atención; pienso que antes de quedar solo, antes de quedar ciego mi memoria era de índole visual, y finalmente he llegado a aprender el arte de la memoria auditiva. Desde el día en que se me borraron las letras, el tiempo que dura mientras alguien lee para mí es único, es tiempo más concentrado, diría yo. Ahora juego con el tiempo, estoy como ensayando o entreviendo posibilidades, aunque nadie ha superado a Dante en cuanto a esto, porque en La Comedia logró mover a sus personajes y a la vez los mantuvo fijos, eternos... quizás si la eternidad sólo sea válida para un personaje de ficción. Por eso creo que si algo es infinito es nuestra juventud, nuestra juventud es sin límites, como si realmente no tuviera forma; un joven puede ser Julio Cesar y Virgilio o una nube, la juventud tiene esa cualidad maravillosa de superar el tiempo.

   Mi memoria permanece intacta. Yo creo que el tiempo se da en la memoria, ciertamente, y sólo es posible como registro de lo que el otro Borges recuerda. Por lo mismo que la serenidad pertenece al pasado; el presente siempre es tembloroso y puede ser destruido en cualquier momento, porque es frágil. El hombre está hecho de olvido, y dura menos que una melodía que es tiempo. ¿Es necesario decir que no he escrito para distraerme del tiempo? Borges escribe para distraerse del amor. Y creo que es verdad la sentencia de Bernard Shaw, cuando decía que hay dos tragedias en el mundo: una es no obtener lo que el corazón anhela, y la otra es obtenerlo.

   Yo he amado, como todos los hombres, muchas veces, y he sabido que a lo largo de la vida hay mujeres únicas, pero que no son la misma. ¿Qué es lo que las hacía o las hace únicas? Ese es un misterio que no sé. Porque me he dado cuenta que las mujeres que he amado, si bien son únicas para mí, no creían así los demás, y por lo mismo no eran realmente únicas, porque si existe una mujer francamente extraordinaria en el mundo, es raro que sólo yo me haya dado cuenta de ello. Desde luego, lo más importante para que una mujer me guste es la atracción física. Después, debe ser una persona civilizada; uno no puede enamorarse de una mujer a la que encuentra tonta, cruel o frívola.  Se exigen además ciertos valores como lealtad, inteligencia e ironía. Siempre me ha parecido una arbitrariedad que la única carrera adecuada para una mujer sea el matrimonio. ¿Qué sucede si no se casa? Y cuando se casa inicia una carrera de sacrificios, el hogar, los hijos... el matrimonio es un destino pobre para la mujer. Lo malo es que se le ofrecen como ideales muchas cosas falsas, por ejemplo, se publicita entre ellas la vida de la gente de mucho dinero como una especie de cuento de hadas, lo que es falso, o la vida de las actrices como el desideratum, lo que las aleja de la realidad. Creo, por sobre todo, que las mujeres son mucho más agradables de lo que pueden ser los hombres, porque ellas tienen una especie de embrujo y encantamiento en las cosas que dicen y en las cosas que hacen. Los hombres somos más aburridos. Aunque no he visto a las mujeres desde que quedé ciego, no me cabe duda que una mujer hermosa es capaz de evidenciar su belleza incluso a un ciego, porque la belleza puede vencer cualquier obstáculo. Por otra parte, no creo que esta característica mía de conmoverme ante la presencia de una mujer sea muy singular, porque es una cualidad de todos los hombres. Creo que el encanto puede ser erótico, aunque para mí la posibilidad de imaginar una mujer sea un acto de fe, lo que es toda una prueba, ¿no?

   A mí me parece que tanto la guerra como una mujer, ambas, sirven para medir el coraje de los hombres. El amor a veces resulta, pero en mi vida creo que la mayoría de las veces ha sido un desastre. Me ha herido mucho el desprecio y los abandonos, de un modo intenso y profundo, pero ciertamente efímero: no podemos seguir amando a una persona que evidentemente no nos ama. A lo más es posible llegar a admirarla, porque nos permite darnos cuenta que no somos dignos de ser amados. Pienso en una mujer que me enseñó lo que es abandonar y ser abandonado con los lugares comunes que eran toda mi vida; trato de recordar por qué la dejé o por qué ella me dejó a mí, y no puedo responderme con seguridad cuál de las dos cosas ocurrió.

   El ser romántico es un modo de vivir la vida, y así he vivido, igualmente desprotegido e indefenso ante el amor. Porque uno ve a la otra persona, aunque no vea como en mi caso, como uno quiere que esa persona sea: aunque esté ciego, creo en esa mujer porque me la imagino, y si me deja, la toco francamente...

   Sólo ahora que he llegado a la vejez lamento no haber tenido hijos. Por no haber sido padre tengo que limitarme a visitas y a un gato llamado Beppo, que es amigo de mis amigos, y puede ser agresivo con alguno que nos inspira rechazo. Algunos gatos son bastante más inteligentes que ciertas personas, y son muy instintivos. He notado que cuando usted viene por casa, Beppo inmediatamente se integra a nosotros, y no suele ser cordial con mis visitas. Hay quienes no hacen más que cruzar el umbral de mi puerta para que Beppo se ponga de mal humor, y ande por ahí todo el tiempo maullando enojado, hasta que la visita molesta se va. Yo a veces creo que pueden leer algunos pensamientos nuestros. Descríbame usted, por favor, el color que tiene el pelaje y los ojos de Beppo... Exactamente como yo lo veo, una manchita amarilla que va y viene. Parece que estéticamente los gatos son perfectos, ¿no? Eso de que el perro es el mejor amigo del hombre me parece una arbitrariedad; los gatos también suelen ser excelentes guardianes: su rechazo a la gente negativa es instintivo. Son limpios e independientes, lo que no se puede decir de muchas personas. Mi gato Beppo es amarillo como el tigre.

   Luego de quedar ciego, entre otras cosas, debí conformarme con referir en mis obras sólo el recuerdo de los colores que produjeron impacto en mi existencia. Uno de esos colores es, a no dudar, el amarillo. Los tigres que me ilusionaban cuando niño en las jaulas del zoológico llamaban mi atención por el amarillo de su piel. Nunca  perdí la belleza del amarillo. Pero he perdido totalmente el primer color que pierden los ciegos y que viven llenos de nostalgia por él: el color negro. Es un equívoco pensar que las personas ciegas vivimos en la oscuridad y tiniebla absoluta; los ciegos vivimos inmersos en una neblina coloreada azul, verdosa y amarilla. Shakespeare se equivocó cuando habla de mirar: On darkness which the blind do see (En la oscuridad que los ciegos ven), porque los ciegos no vemos la oscuridad. Yo uno de los colores que recuerdo como el más vívido es el rojo, que también he perdido irremediablemente. El blanco también ha desaparecido por completo, porque no puedo definir el blanco puro, todo lo que alcanzo es un poco de gris. Por mi incapacidad siento íntimamente el amarillo, porque es el primer color que recuerdo y es el último que logro algo ver. Este color dio título a uno de mis libros: El oro de los tigres, y pienso que me acompañará hasta el fin. El amarillo es el color de la aurora y el color del ocaso, es el color de mi vida; del principio y del final de mi vida. El amarillo es una de las pocas cosas de mi vida que no terminaron por abandonar a Borges, y aún me acompaña en esta época final de nuestra existencia, ahora, cuando lo que busco en mi individualidad es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad, y aunque sea demasiado ambicioso, aún deseo amar y ser amado. La juventud me resulta mucho más cercana ahora que cuando era joven, quizás porque ya no veo la felicidad como algo inalcanzable. Ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y que no se debe perseguir. No creo que mi escepticismo sobre las cosas sea un escepticismo ante la humanidad y sus posibilidades. Ahora creo que el hombre está sobre todo solo consigo mismo. No creo en los países, las razas y todas esas tonterías; decir la especie humana es decir una abstracción, es no decir nada. ¿Qué es eso de "la especie humana"?. Yo creo  que todos los individuos son distintos y además tienen el derecho y la obligación de serlo. Particularmente no estoy seguro de que mi obra sea individual, quizás me ayudaron a realizarla cada uno de los escritores que he leído y cada una de las personas que he rozado en mi vida, y hago pública mi confesión de pobreza en ese aspecto, puesto que cuando escribo es probablemente porque me siento urgido de liberarme de algo, pero no porque pretenda que mis ideas tengan valor grupal.

   Sólo escribo lo que siento. Aun cuando acerca de estas cosas es imposible improvisar opiniones, puedo decir que vivo dentro de un mundo de individualidad compartida. Hay un Borges al cual se le ocurren las cosas; yo camino y me demoro, ya sea mecánicamente o para oír observaciones acerca del arco de un zaguán. De Borges tengo noticias por el correo o me repiten su nombre en una terna de profesores o en un diccionario bibliográfico. A mí en lo personal me gustan los relojes de arena, los mapas, las litografías del siglo XVIII, la etimología, el sabor del café y la prosa de Stevenson. El otro Borges comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil. Yo vivo y me dejo vivir para que Borges pueda crear su literatura, y es esa literatura la que lo justifica. No puedo dejar de confesar que he logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar. Es posible que se deba a que lo bueno no es de nadie, ni siquiera del otro Borges. Tal vez lo bueno es propiedad del lenguaje o de la tradición.

   Sé que como individuo estoy destinado a perderme definitivamente, y sólo algún instante de mi vida podré hacer sobrevivir en el otro. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser. La piedra eternamente quiere ser piedra. Y el tigre un tigre. Yo me quiero quedar en Borges, pero no en mí, si es que soy alguien. Pero me resulta difícil quedarme en Borges, porque me reconozco menos en sus libros que en muchos otros, o que en el rasgueo de una guitarra. Yo vivo solo con el otro, al que no creo conocer del todo. De los cuentos que ha escrito Borges, mis preferidos son El Sur, Ulrica y El libro de arena, que le da título a uno de sus libros. El ensayo lo ha dejado, puesto que, en realidad, no es un ensayista. Pienso que en el ensayo se vierten opiniones, y no sé si sus opiniones son importantes, quizás sirvan como un estímulo para un escritor, pero las opiniones siempre cambian, al menos en la gente inteligente. El escribe, porque si no escribe me siento desdichado, no porque creo que lo que escribe sea bueno, sino porque no sabe hacer otra cosa. Al cabo de sesenta años de actividad literaria creo que no lo deshonran todas esas páginas; están hechas por una persona que conoce el oficio y que tiene sentido de las palabras en sus valores literarios. Si bien es cierto que estoy convencido de que muchas personas pueden decir lo que Borges dice mucho mejor que él, a mí me interesa que lo diga en su forma, a su modo, pues, si bien es posible que no tengan ninguna importancia, me siento obligado a presionarlo a que así lo crea. Respecto a la inspiración, yo no sé de dónde le viene. Es posible que nazca de todos los libros que han leído para él, de conversaciones casuales, de cosas que oigo... Borges no es un pensador. Es un escritor que ha usado los problemas de la filosofía como material para su literatura, pero no soy un pensador, excepto en el sentido que lo plantea Schopenhauer, que dice que cuando leemos pensamos con cabeza ajena. Pero no es un pensador, porque yo no he llegado a ninguna conclusión. El tiempo le ha inspirado muchas páginas. La mitología también le ha impresionado desde siempre: por lo demás, estamos en un mundo de mitos. Hay  un  poema con el cual le agradaría a Borges quedar en una biblioteca para el olvido, si ello es posible. Everness dice:

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.                                                                      
Dios, que salva el metal, salva la escoria                                                                  
y cifra en Su profética memoria                                                                                  
las lunas que serán y las que han sido.                                                                  
Ya todo está. Los miles de reflejos                                                                         
que entre los dos crepúsculos del día                                                                      
tu rostro fue dejando en los espejos                                                                          
y los que irá dejando todavía.                                                                                       
Y todo es una parte del diverso                                                                             
cristal de esa memoria, el universo;                                                                       
no tienen fin sus arduos corredores                                                                      
y las puertas se cierran a tu paso;                                                                        
sólo del otro lado del ocaso                                                                                 
verás los Arquetipos y Esplendores.

   La palabra "everness" fue acuñada por Wilkins en el siglo XVII, y significa algo que tiene más fuerza que la eternidad. Por otra parte, él inventó una palabra mucho más fuerte y mucho más terrible, al punto que nadie la ha usado nunca más: la palabra "neverness", que nombra aquello que nunca va a suceder. Por eso Borges tomó la palabra "everness" y escribió este soneto marcadamente triste, porque cuenta que en esta vida  todas las  cosas son  falibles.  Cuando  nació este soneto, yo suponía aún que habría alguna felicidad tras la tumba, porque todavía creía en la inmortalidad, cosa que ahora ha sido totalmente superada en las ideas de Borges. Para él esta idea no tiene más fuerza que la requerida para doblar una esquina. Cuando escribe que "sólo una cosa no hay, y es el olvido", está pintando el cuadro de lo que expresa una persona agobiada y amargada por los recuerdos, y es la memoria de una mujer que lo ha abandonado, a la cual no puede, aún por sobre los esfuerzos, olvidar, y lo único que me resta es vivir permanentemente en esa dolorosa memoria.

   Beatriz Elena Viterbo era una mujer como cualquier otra, bastante trivial, por lo demás, y lo único claro que sucedía era que yo estaba enamorado de ella. Fuera de esa cuestión, que no es concerniente a ella, sino a mi propia personalidad, ella era una persona bastante común, era, por supuesto, para mi en esencia la mujer misma, con una altivez que a veces salvaba su carácter y que a veces denunciaba ser producto de su estupidez. Pero yo estaba enamorado de ella, y naturalmente todas esas cosas me parecían secundarias, o peor aún, cada rasgo suyo me parecía adorable, y lo que ahora califico de estupidez, probablemente en esa época lo hubiese definido como espontaneidad. Me parecía muy linda, aunque es posible que fuese otra de mis impresiones subjetivas. Tengo la impresión de que era morena y más bien alta, pero como mi vista siempre fue débil, no puedo asegurarme de muchas cosas. Era delgada, de eso estoy seguro, lo recuerdo bien. Además me maltrataba permanentemente, y cuando una mujer maltrata a un hombre, éste siempre siente un inmenso respeto por ella. Ella me dejó la costumbre del cinematógrafo. La recuerdo abrazada a mí, muerta de terror, mientras veíamos un filme de Hitchcock, donde el hijo mata a la madre  y   luego  se  convence  de que  la madre  es él. Beatriz Elena Viterbo temblaba por lo que veía en la pantalla y yo temblaba por la dicha de tenerla junto a mí. El título de esa película era Psicosis, y tengo la certeza de que el que la ve, la recuerda siempre, porque es una experiencia golpeadora. Sobre todo al llegar al fin, pues como él piensa que es su propia madre, habla mal de sí mismo, y como sabe de alguna manera que es el hijo, se siente loco. Tiene muy buen estilo, porque hay momentos en que él es atacado por la locura y en ese preciso momento se corta la música y aparece el grito sobrehumano de alguna máquina que hace destemplarse los nervios. Esa ha sido la única película que me ha impresionado. Hay muchas otras películas de terror que me han parecido más ridículas que terribles. De las actrices, como un hombre más dentro de los hombres del mundo de mi época, estuve enamorado de Greta Garbo.

   Durante mi infancia estuve enamorado de Asta Nielsen, que era una actriz sueca, y después lo estuve de Miriam Hopkins, que era una actriz sumamente versátil, no así Greta Garbo, que saliéndose de su papel en Ninotschka siempre hacía el mismo papel. Sin embargo, para un hombre enamorado, el talento de la mujer deseada es algo secundario, y el caso era que yo estaba enamorado de Greta Garbo. De los cómicos, los hermanos Marx me parecían estupendos, mientras que Chaplin toda la vida me pareció malísimo. Groucho Marx tenía muy buenos chistes, siempre recuerdo una rutina que él hacía respecto a ingresar a un club. Él pensaba que no podía aceptar ser socio de un club que no tuviese problema en aceptarlo a él como socio... a mí me parece una broma exquisita. Hubo un período en que escribí algunas críticas de cine. De ese tiempo recuerdo una película excelente que me atrevería a aconsejar que vieran otras personas; se llama Kartum; me di el trabajo de ir varias veces a verla. Trata de las luchas anticolonialistas en Sudán, cuando el líder revolucionario El Mahdi enfrenta la opresión del último defensor inglés en la ciudad de Kartum que será arrasada. La idea de la tragedia antigua está tan bien trabajada que uno entra al cine y sabe que el protagonista va a morir; se respira el sentido de derrota, y eso dignifica al hombre porque lo muestra como un vencedor que lo único que no alcanza es la victoria. Hay pocas películas tan bien trabajadas en lo que respecta a las consideraciones del hombre ante la muerte, porque uno sabe que en todas las guerras y películas de batallas se va a encontrar con muertos, pero acá reside el interés en que el mismo héroe encabeza la lista de los caídos. Además la imagen fotográfica es estupenda, yo veía bien entonces. Aunque nunca dejé de ir al cine, mucho menos a medida que quedé completamente ciego, pero mis amigos  saben que me gusta asistir a ver una de mis cintas favoritas, y me narran lo que ven en la pantalla, y el diálogo que escucho termina de darme una cercana sensación de que aún las imágenes están vivas en mi memoria.

   De lo que produce Hollywood hoy, pienso en algunas cintas pioneras de entre los directores más jóvenes, que fueron los que dieron un nuevo hálito al cine hollywoodense cuando parecía que éste ya nada más podía aportar, dada la calidad, por ejemplo, del cine francés o alemán; pienso en algunas cintas de John Huston, como El tesoro de la Sierra Madre, uno de los últimos westerns, probablemente, y también Freud. Conocí a Huston en México, y habló de llevar un cuento mío a la pantalla, El muerto, que ocurre en la frontera entre la República Oriental y el Brasil, pero pensé que ya que pensaba filmar en Estados Unidos y lo importante es el argumento y no el color local, entonces le sugerí que lo mudara al Far West... creo haber realizado durante años una crítica de cine digna, justo hasta antes de quedar ciego; cuando voy al cine, y veo una cinta nueva, usted lo sabe, siempre converso durante la exhibición; para mí es grato que me estén diciendo cosas como qué hermosa mujer, sus ojos son muy grandes, y cosas así, que no son más que el deseo de informarme de lo que se ve, así me voy enterando de la situación gráfica que se da en la película, y ya me es posible comentarla con mayores antecedentes, aunque es obvio que dejé la crítica de cine al quedar ciego. Creo que la crítica de cine es una especie de ampliadora de la película, por eso no considero muy inteligente  negar la  importancia  de  la  crítica  que  se pueda hacer a cualquier obra de arte, aunque la crítica inteligente sólo puede ser realizada por individuos dedicados a su oficio. En mi caso, en mi trabajo crítico pretendí dar especialmente una visión del guion cinematográfico, que es lo que me concierne, sin olvidar la opinión del crítico que al final es el único que importa: el público, algo que la crítica actual simplemente no toma en cuenta. Yo recuerdo que terminaba de ver una cinta y de inmediato indagaba entre la gente que la había visto para hacerme una idea de la recepción que había tenido, ahora esto se considera absurdo, porque un crítico piensa que se va a rebajar si pregunta una opinión a alguien neófito en el asunto, pero resulta que cualquier obra de arte, no solo el cine, está hecha para todo el público, no para éste o aquél.

   Algunos directores cinematográficos, gentilmente, aluden a mis libros en sus películas. He visto algunas, como Manhattan, en que una chica muy bella e inteligente asiste a una conferencia mía en Nueva York; me han enviado el guion de esa y otras películas de Woody Allen y me han parecido muy originales. He visto, repito aunque ahora ver para mi es un acto de imaginación, he visto digo  una cinta inglesa llamada Performance, en que aparece un joven que canta y es muy popular entre los chicos, por lo que sé, de nombre Mick Jagger, quien en un discurso agreste cita un cuento mío, mientras otro personaje lee mi Antología Personal en su automóvil, y ahora me cuenta que se ven fotos antiguas mías... pero ¡cuántas molestias se ha tomado esta gente!

   Me ha asombrado siempre la extraordinaria paciencia y la extraordinaria bondad que la gente ha tenido y tiene conmigo. Trato de pensar en enemigos y casi no encuentro ninguno, o, mejor dicho, no encuentro ninguno. A veces, cuando se han escrito artículos en que hablan mal de mí, algunos han opinado que eran demasiado violentos, y he pensado: ¡caramba,  si  yo  hubiese  escrito  ese artículo  hubiera podido hacerlo mucho más violento! De modo que cuando pienso en mis contemporáneos, lo hago con gratitud. Una gratitud un poco asombrada, porque, por lo general, la gente se ha portado mejor conmigo de lo que yo merezco. Con excepción de muy pocos textos escritos por encargo, agradezco a mis contemporáneos que me dejaran escribir lo que quiso escribir Borges.

   Hay autores que escriben lo que la gente espera de ellos, lo que los editores creen poder vender más y tonterías por el estilo. Esto no es nuevo. Tasso, por ejemplo, no era un épico, sino más bien un elegíaco, sin embargo él escribió un poema épico porque la gente esperaba eso de él. Igual cosa le sucede a Voltaire, que es un épico en su poema Carlos XIV, y lo hizo épico porque se pensaba en su tiempo que un escritor debía tener un texto épico. Yo estoy seguro que no escribiré una novela, ya que -además- Borges no sabría cómo hacerla. Lo más parecido a una novela es mi cuento El Congreso, que con algunos rellenos podría ser una novela, pero no creo que los ripios vayan a mejorar el texto. Quizás si fuese tomado el texto por un escritor más diestro podría ser una novela, pero yo no soy un novelista, soy un poeta, de lo cual no estoy muy seguro; soy un hacedor de breves narraciones, lo demás que pueda decirse de mí es demasiado. Entonces, agradezco a mis contemporáneos esa indulgencia que han tenido conmigo, que le ha permitido a Borges ganarse el pan.

   El arte sólo debe ser dependiente y tributario del arte. Sin embargo, en algunos casos, aquello de comprometer el arte puede servir como estímulo, puede ser útil a la creación del artista, como en el caso de Whitman, a quien la creencia en la democracia le permite producir los poemas que todos conocemos; esto se debe a que cuando en un país hay efervescencia por algún pensamiento, dicha creencia puede comprometer entusiasmos en ciertos escritores que ponen su genio al servicio de dicha idea, sucediendo lo que generalmente ocurre cuando el genio se intenta doblegar: un desastre; pero en el caso de Whitman, excepcionalmente, fue un acierto.

   Borges jamás, ni remotamente, pensó alguna vez en escribir exaltando una idea política. Yo tampoco se lo hubiese permitido; es cierto que en mi juventud escribí unos poemas exaltando la Revolución rusa, que afortunadamente se han perdido, y la única excusa es que siempre fui un hombre de mi tiempo, y en esa época, a comienzos de siglo, ¿quién no cantó a ese hecho que parecía un acontecimiento magnífico? Era una revolución que pensábamos ideal, que no tiene nada que ver con lo que se vio después. Para la gente de mi tiempo, la revolución rusa de 1917 era un ideal principio pacificador y de igualdad de posibilidades entre las personas, era una posibilidad de que todo fuera mejor para nuestra civilización. Así lo entendíamos. Mi padre se definía a sí mismo con el nombre de anarquista, y era en la práctica un anarquista spenceriano. Siempre recuerdo cierta vez que viajamos a Montevideo: me dijo que tenía la oportunidad y el deber de observar todas esas cosas que eran visibles, porque todo lo que era visible algún día estaba condenado a desaparecer, y sólo mirando podría contar las cosas que había visto. Para mi padre era importante que yo conociera los cuarteles militares, las banderas, los mapas multicolores que representan los diversos estados, que mirara las iglesias, los sacerdotes, las carnicerías, las aduanas... porque todo estaba destinado a desaparecer, puesto que el fin de la situación mundial era lograr la unidad y la abolición de todas las diferencias que impiden el usufructo de los bienes naturales al hombre en manera equitativa, el bienestar universal, que debía ser el ideal político; pero los políticos hoy trabajan sólo para llenarse sus propios bolsillos y retirarse a descansar a gozar de sus rentas que, siempre, vienen del pueblo. Yo no he visto el día precioso en que la profecía de mi padre sea cumplida, pero no pierdo la esperanza de que alguna vez sea posible. Por lo pronto, hay cada vez menos curas ¿no le parece? Claro que se levanta una piedra y salen cien políticos, es un horror como han aumentado los políticos. El problema con la política es que siempre pensamos solucionar los problemas con los personajes más que apelando a solucionar el problema en sí. En política, el asunto no es enfrentar a un caudillo con otro caudillo; porque sería entrar en el mismo juego de siempre de reducir la historia a lo que sucede a cinco o seis personas. No me agradan las personas que se promocionan a través de la política: son despreciables. La mayoría de la gente le da una importancia desmedida a los políticos, lo que me parece una tontería general.

   Baroja decía que la política es un juego sucio de compadres, y estoy de acuerdo. Cada político se dice representar la opinión del pueblo, sin habérsela preguntado jamás; aunque la idea de pueblo es una mentira, pero como en política se trata de mentir a propósito; digamos, entonces, que un gran político debe ser, primero, un gran mentiroso. A mí me repugna la idea de que una persona permita que le digan: Perón, Perón, qué grande sos... Ese tipo o está loco o es un imbécil.

   Si a mí alguien me dice: Borges, qué grande sos, yo me voy, o, por lo menos, le digo que cambiemos el tema. El sueño secreto de todo político es ser un dictador, una cuestión inherente a los niños en su más temprana infancia, por eso la política se liga más a la mente infantil que a la de una persona madura, entonces, la política no creo que sea una cuestión de fanatismo, sino una cuestión de inmadurez. Porque no puedo aceptar que los mandarines del mundo actual sean víctimas de fanatismo, sino que han abusado del poder por un enfermizo plan para ser admirados y aplaudidos y obedecidos y publicitados, porque una de las ideas más preciadas que hay detrás de un dictador está la de ser un hombre famoso, lo que no comprendo. Para mí, por ejemplo, el gobierno de Perón era como un dolor de muelas, que no existe si uno es capaz de dormirse, pero que reaparece inmediatamente cuando uno se despierta. Yo hacía desesperados esfuerzos por no pensar en política, pero el problema era latente en la realidad Argentina. Y me sentía culpable, en alguna manera, de esa situación, lo que me llenaba de remordimientos pero no tenía valor para hacer nada. Era tan poco lo que podía hacer, apenas me limitaba a mencionarlo con sorna en algunas de mis conferencias, y esa falta de eficiencia en mi lucha era lo que me amargaba. Fue sumamente triste, también, aunque tenía mucho de honroso, que mi madre, mi hermana, uno de mis sobrinos y muchísimos amigos hubieran sido encarcelados por su manera de pensar. Yo fui asegurado con un detective del cual finalmente llegué a ser buen amigo, porque todas las mañanas estaba con toda su paciencia esperándome a la salida de casa; para molestarlo, era común que yo realizara largas caminatas inútiles por Buenos Aires, hasta que me di cuenta que era una tontería, de suerte que conversé con el hombre y descubrí que era tan antiperonista como yo, con la diferencia de que su trabajo de vigilarme era la manera de ganarse el sueldo. Así que tomamos un acuerdo por medio del cual yo me comprometía a no conspirar y él trataría de no molestarme más de lo necesario; finalmente era visitado una vez cada dos días por este detective, para que conversáramos de todo tipo de temas en que se incluía mi historia de lo que había hecho en esas horas y que él,  seguramente,  repetía  a sus jefes. Fue   una grata relación amistosa...

   Una vez me dijeron que Borges había declarado que se afiliaría al Partido Comunista, de lo cual ni siquiera me había enterado. Pregunté que cuál era la causa que había esgrimido, me contestaron que a manera de protesta por la situación política, que, de todas maneras, detesto. Pensé que si ello sirviera para devolver la tranquilidad a una sola de las familias afectadas por los políticos, no pensaría dos veces en hacerlo, aunque no acepto nada de ningún partido político, pero, ¿serviría de algo? Creo que un escritor puede satisfacer su conciencia y obrar de un modo que a él le parezca justo; pero no creo que la literatura deba consentir en fábulas o en apologías. Debe tener la libertad de la imaginación, la libertad de los sueños. He tratado que mis opiniones no intervengan jamás en lo que escribe Borges; casi preferiría que no se supiera cuáles son. El único compromiso que tengo es con la literatura y con mi sinceridad.

   Si a Borges un cuento o un poema le salen bien, le vienen de algo más profundo que de mis opiniones políticas, que posiblemente son erróneas y están dictadas por las circunstancias. En mi caso particular, ahora tengo un conocimiento muy imperfecto de lo que se llama la realidad política. Realmente, me paso la vida entre libros. Por supuesto que los políticos siempre me tratan de involucrar con sus ideas, que yo no comparto en absoluto. A mí me basta saber que una persona es política para saber que no comparto su idea en absoluto. Puedo soportar un cura, que puede llegar a ser más cándido, pero nunca, en mi vida podría soportar un dictador. Se me ha llegado a decir que Borges tiene ideas racistas. Las razas, pienso, no son cuestión de sangre y de familias, sino un concepto que va mucho más allá, pues, si pensamos con detalle, todos somos griegos, ya que Roma no fue más que una isla de cultura griega;  si sacamos  La Ilíada  y  La Odisea no podemos concebir La Eneida, así, si sacamos Grecia no podemos concebir Roma, y si sacamos a Roma de la historia, no seríamos capaces de concebir nuestra cultura y sociedad moderna. Creo que la idea de que estamos divididos en razas es una idea caprichosa. Particularmente tengo muchas sangres distintas en mis venas; en mis antepasados hay gente española, portuguesa, inglesa, judía, belga y normanda, por lo que se puede decir que soy un hombre de muchas razas, como todos, eso es lo que otorga calidad a nuestra personalidad, y crea al hombre actual, el que proviene de varios pueblos y no está aferrado al pueblo en el cual ha tenido que nacer. De por sí los pueblos tienen un poder más allá de cualquier aventura marcada por nuestras supuestas diferencias raciales, como los griegos y los hebreos, puesto que en todos está el murmullo de la Biblia, por ejemplo, que legan los hebreos a la historia. Pero Grecia también aporta a la historia el pensamiento de Platón o Aristóteles, por recordar lo que forma nuestra propia Historia. Los que hemos nacido en Argentina tenemos a nuestro favor que somos fácilmente cosmopolitas, y esto nos hace naturalmente hospitalarios, que es lo único que libera a un pueblo de su condición de provinciano, un mal difundido en Europa ¿no?, donde olvidan a los persas, chinos o hindúes, como si fuera posible olvidarlos. Cuando Europa francamente sea como un solo país, como deberá serlo de acuerdo a lo que podemos llamar ruedas históricas, entonces dejarán de ser tan provincianos. Por lo mismo creo, que si es posible, debemos aprender a manejarnos en varios idiomas, para que el lenguaje no sea un impedimento, para ser más hospitalarios. Por lo demás, Borges es muy emocional y yo no me siento culpable.

   De lo único que me siento culpable es de no encontrar una mujer con la cual recorrer un largo trozo de mi vida; ahora, aunque sé que mis días están contados, aún mantengo viva esa esperanza. Puede ser tarde para todos los hombres del mundo, pero no es tarde para mí en el amor. Tengo ahora la impresión de que he cometido un grave error en mi existencia: me he enamorado con mucha violencia y, al mismo tiempo, muy brevemente. A excepción de una vez, he estado enamorado en plazos relativamente breves de tiempo y de distintas mujeres sucesivas. Hubiera sido mejor estar enamorado con intensidad de una sola mujer, pero no tuve suerte, cuando lo intenté, fracasé, ¿qué sucedió? Nunca lo supe. Beatriz Elena Viterbo era francamente única. Aunque ahora siento que hay una gran distancia entre ella y yo, al punto de pensar que al haber escrito El Aleph la he matado por segunda vez, porque no sólo me liberé de ella, sino que estoy libre de su recuerdo, de lo que no estoy muy seguro aún ahora, cuando ha pasado casi toda mi vida. Me casé tardíamente, sólo para descubrir que entre ella y yo ya no existía nada en común. No tengo reproche alguno para ella; posiblemente Elsa pueda hacerme muchos reproches a mí, pero sería absurdo que yo me ponga a pensar en mis culpas, ¿no cree?, es como pensar en los méritos que uno tiene.

   Yo pienso que la gente ha sido buena conmigo y la obra de Borges ha merecido un reconocimiento que más que reconocimiento ha sido una invención de quienes la admiran. Todo ha correspondido a un proceso muy lento, lo que no deja de extrañarme. Publiqué un libro titulado Historia de la eternidad, y al cabo de un año comprobé con asombro y gratitud que había vendido 47 ejemplares. Quería buscar personalmente a los compradores, para agradecerles, para pedirles perdón por los muchos errores del libro. En cambio, si uno vende 470 ejemplares, o 4700, ya la cifra es tan grande que los compradores no tienen  cara,  domicilio,   parientes.

   Vivimos en el engañoso mundo de las apariencias, y es posible que en la otra vida, de la que he llegado a abjurar, se encuentren escondidos los modelos de la eternidad. Aún puedo creer, ¿por qué no? Es tarde para los demás, pero no para uno. Quizás luego hay un mundo como el soñado por Platón, en donde subsisten las cosas eternas y perfectas.

   Posiblemente ser Borges no valió la pena, pero debo pensar que sí, pues ahora es necesario creerlo con más fuerza. No sé cuál de los dos habla ahora, aunque al otro, a Borges, es a quien se le ocurren las cosas. Ahora solo vivo y me dejo vivir.

   Estoy solo, pero menos que antes; ahora me acompaña una chica llamada María, que es el nombre primordial de todas las mujeres. María Kodama se preocupa de mí y me resulta muy cómodo hablar con ella; me agrada mucho, es delicada y frágil, se nota cuando está presente porque no se la oye. 
   Me pregunto: ¿a pesar de mis ochenta años, no será aún temprano como para sentirme un fracasado en el amor?

Waldemar Verdugo Fuentes,
collages del autor.
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